Cuando somos niños solemos confiar en todos, no dudamos de nadie. Pero la verdad sale a relucir cuando comenzamos a crecer, no todos son de confianza. Porque hay persona que nos hieren, ya sea sin querer o queriendo, y eso hace que nuestro sentimiento de desconfianza crezca y nos alejemos de todos, sin darle oportunidad a las nuevas amistades por el temar de que nos hieran.
Nadie está obligado a ser confiado, la confianza la damos porque sentimos que es un valor, algo hermoso, y por esa misma razón es necesario estar alertas y conocer a quién se la brindamos. Aunque nos duela tenemos que mantenernos alerta ante las nuevas relaciones.
Habrá personas en nuestra vida que nos hará mucho daño, que harán que nos debilite y que desconfiemos de todos. No debemos sacrificarnos por ellos, volvamos a confiar, pero hagámoslo con los ojos bien abiertos y con nuestra confianza en nuestra mano para brindarla a quien verdaderamente la merece.
La confianza no es gratis, porque es nuestra y ha sido amasada a través de años de experiencias y buenas relaciones, ya sea en el ámbito familiar, con los amigos, con los colegas, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros jefes, con el dueño de la tienda, e incluso con el desconocido que nos encontramos en el metro. Y sabemos que nos cuidará, que está atento a nuestras necesidades, que nos atenderá una mano si nos ve en dificultades.
Muchas veces al mundo como un lugar ajeno, lleno de peligros y sufrimientos potenciales. Hagámoslo propio y volvamos a confiar, con los sentidos atentos, con los brazos abiertos y el corazón dispuesto.