“Nadie puede hacer que te sientas inferior, al menos que tú lo permitas”. Eleanor Roosevelt, sabía exactamente cuál era el lugar de las opiniones ajenas en tu vida. No negamos que haya un efecto real de ellas sobre nosotros, pero creer que una opinión es una verdad absoluta, está mal.
Ninguna opinión es absolutamente certera, y tampoco, plenamente equívoca. Cuando hablamos de opiniones, nos referimos a una idea que está sujeta a emociones, experiencias y parcialidad. Las opiniones no son objetivas, es decir, no van en busca de una verdad con hechos, demostrable e irrefutable, en tal caso, eso sería una teoría, y no una opinión.
Es por eso que las opiniones deben ser muy bien pensadas antes de decirlas, porque una puede convertirse en una barbaridad y quizá otra, en algo con mucho sentido común. Recordemos que las opiniones están atadas a las valoraciones personales, es decir, las personas pueden opinar de un modo u otro, solo porque creen que están en lo cierto, porque dicha opinión les simpatiza más que otra o porque simplemente les gusta abrir la boca para que los escuchen.
Por ello, un lobo no se preocupa de lo que una oveja opine, pero no por arrogancia, sino porque el lobo reconoce que pensar muy bien lo que se va a decir, antes de abrir la boca, es una virtud que pocos tienen. Las ovejas solo hablan, hablan y hablan de cosas que suponen, no saben y desconocen.
Las ovejas basan sus opiniones muchas veces en las de otras ovejas, sin criterio propio y sin sacar el cerebro del rebaño. Tienen lo que los sociólogos llaman, un pensamiento masificado, moldeable y fácil de dar forma desde afuera. Por ello, debes ser un lobo, al cual no le afecten las críticas de ovejas que no saben ni siquiera quién las dirige en la granja.
Finalmente, recuerda que son las opiniones que das, las que te hacen ovejas o lobos, la diferencia está en el carácter de tus palabras, en lo certero de ellas y en si pensaste muy bien lo que dijiste, para que, al abrir la boca, no se escuche solo ruido.