Hoy es domingo y me despierto, de nuevo, tirada en el suelo, anonadada. Me dirijo al baño, simulando normalidad, como si nada hubiera sucedido, pero el espejo me da una sacudida de realidad que no puedo evadir: estoy moreteada, otra vez, y mi pómulo izquierdo se torna de un morado intenso. Así ha sido mi vida, la historia de nunca acabar, hasta hoy.
Ya me cansé de ti, hombre abusador. Me cansé de tu violencia y tus degradaciones. Me cansé de ser humillada y disminuida como si no valiera nada cuando no es verdad lo que dices de mí, cuando te lo he entregado todo y me he convertido en un sueño de mujer, una por la que muchos matarían. Pobre de ti, porque no sabes lo que tienes, agresor despiadado.
Hoy me duele el cuerpo y el rostro; a duras penas puedo levantarme pero aún tengo la capacidad de hacerte saber todo lo que pienso: y es que podrás quebrarme todo el cuerpo, podrás dejarme tirada en un rincón, pero mi espíritu aún sigue fuerte, imbatible e indomable. Ya no soy la misma sumisa de antes, la que se arrodillaba, la que lloraba sin cesar, ahora soy más fuerte, soy distinta y estoy lista para sobreponerme.
Arrepiéntete, porque el que vive en los cielos siempre está juzgando a los hombres por su comportamiento. Él mira desde arriba y alivia el suplicio de los inocentes. Si continuas con esa conducta, te reitero que sentirás su látigo en tu espalda, y los suplicios prometidos para las almas impías estarán listos y prestos para ti.
La cárcel es lo que te espera, cobarde, porque ahora tengo fuerzas renovadas y no me hundiré por ti. De esta nadie te salva y tengo pruebas sustanciales para que te envíen directo a una celda sin salida. Pero debes ser inteligente y cambiar. Tienes una última opción de vida, tan sólo te queda decidir: ¿Las agresiones y la cárcel o el arrepentimiento y una vida?