Recuerdo cuando era niña y antes de dormir pedía a mi madre que me haga unas caricias a la cabeza para poder dormir plácidamente. Sus manos suaves acariciaban mi cabello calmando mis pensamientos alborotados de niña, relajando mi diminuto cuerpo y al final durmiendo después de un día de energía.
Las caricias siempre han tenido el poder de poder calmarnos, tranquilizarnos y reconfortarnos en nuestros momentos más descabellados. Podemos curarnos a través de esta comunicación de ejercicio mágico.
Existen poderes curativos de las caricias
Las caricias son fuentes de liberación de oxitocina, relajando así nuestro cuerpo, siendo una gran defensa contra la tristeza y la depresión.
Estos estímulos positivos pueden determinar nuestra madurez emocional e incluso nuestra evolución como persona, dándonos una mejor claridad de nuestros pensamientos y nuestras acciones que tomamos ante un problema.
Las personas que han recibido caricias de pequeños han tenido un mejor desarrollo social sintiendo empatía con su alrededor, incluyéndose fácilmente a su entorno.
Mientras que los que no han tenido esa atención han desarrollado neurosis, sufriendo una desadaptación respecto a su entorno y padeciendo problemas de personalidad.
Por ello es importante coger en brazos a los bebés o el contacto de piel con piel es imprescindible para su desarrollo emocional y social.
No podemos dejar de lado los gestos de cariño, tales como los abrazos o el simple contacto de una mano sobre nosotros provocan la liberación y la expresión de sentimientos compartidos.
Las caricias alivian el estrés
Tenemos que ser conscientes que una caricia puede curarnos de la tristeza, del aislamiento y evitar que caigamos en una depresión. Esto es aplicado a todas las edades, hasta podemos decir que a nuestras mascotas también aplica.
Ellos están buscando constantemente nuestra cercanía para que le demos una caricia y ellos se sientan a gusto. Dándonos a entender que lo más importante es algo tan sencillo como eso: sentirse queridos. Sentir una caricia.