Cuando pensamos en la felicidad, nos imaginamos un estado de bienestar total y permanente, que sólo se trata de estar siempre alegres y jamás sentir de cerca un poco de tristeza. Verlo de esta manera fantasiosa es lo primero que nos aleja de ser felices.
La verdadera felicidad, esa que es posible alcanzar, se acerca más sentir paz. Puede caerse el mundo a tu alrededor, pero de ti depende tomar la decisión de cómo afrontar lo que te pasa, de terminar siendo coherente y asertiva en todo momento y en todo lugar.
Cuando pensamos que nuestra felicidad depende de un lugar, de una circunstancia y/o de una persona, estamos dejándola a merced de lo que otros quieran. Asumir que sólo está en nuestras manos y que somos responsables de lo que hacemos y lo que eso atrae nos permitirá construir una vida satisfactoria y acercarnos a la felicidad. Salgamos de nuestra zona de confort y pasemos a actuar.
A veces nos centramos demasiado en buscar la felicidad como causa de las buenas cosas, pero resulta ser más bien una consecuencia de la forma en que afrontamos la vida. Cuando está ausente, sentimos un vacío tremendo que nos cuesta explicar. Nos la pasamos tristes o frustradas, desorientadas y con problemas en la relación con los demás. Tratamos de llenarnos con las compras, dulces, una nueva pareja… para al final darnos cuenta de que cuando todo acaba, nos volvemos a sentir igual de mal o peor.
Cuando entendemos que la felicidad está en las pequeñas cosas de nuestra cotidianidad, de valorar equilibradamente lo que nos pasa, de nuestras virtudes y defectos en equilibrio, del contacto con quienes amamos y de la capacidad para hacer lo que nos gusta y de compartir, estamos emprendiendo el camino recto hacia ella.
Es por eso que te recomiendo incluir la meditación en tus actividades diarias, a divertirte, a pasar tiempo con tus familiares, amigos y con tu media naranja. Siempre hay tiempo, aunque no lo creas, de dedicarte a cultivar eso que todo deseamos: ¡sentirnos felices todo el tiempo!