Cuando nos rompen el corazón a la mitad, es casi seguro que renunciemos a todas las invitaciones de cupido que están por venir. Como si el pobre niño de pañales, arco y flecha, tuviese la culpa.
El asunto es que no apuntamos el rencor a donde debemos, y terminamos volviéndonos una masa andante de puros malos recuerdos que está en eterno conflicto con lo romántico y el cariño ajeno.
Nuestra boca insiste en decir lo patético que es eso de enamorarse, y jura y sentencia cadena perpetua al amor. Pero dentro de nosotros, en nuestra mente, corazón y espíritu, aún hay carencia de cariño, aún se busca ese amor ajeno que corresponda a nuestra dignidad y amor propio.
A veces, no debemos hacer caso a nuestras palabras, o mejor, a veces, simplemente debemos quedarnos callados. Dejemos que sea el corazón aliado a la razón, el que tome las decisiones futuras sobre nuestra vida romántica.
Recuerda que el amor debe ser inteligente, no debe tratarse de un montón de acciones ciegas que se realizan en pro de la confianza excesiva en el otro. No, todo debe mantener cierto equilibrio, por lo que debemos amar con astucia, pero no total entrega, y por lo que debemos tener cuidado a quien amar, pero no dejar de creer en el amor.