La soledad siempre ha sido visto como un mal para aquellas personas carentes de amor propio. Creen que la compañía de otra persona es la solución a su sensación de vacío, pero, para ser realmente felices, tenemos que empezar a amarnos desde adentro para así poder apreciar las pequeñas acciones, no por lo que recibimos en ella, sino por el tiempo que invierten las demás personas en nosotros.
La soledad nos enseña el valor real de las cosas y sobre todo, a apreciar el tiempo como el mayor bien inmaterial que se puede recibir de alguien. A través de ello, un café, una nota, una pequeña dedicatoria, pueden ser valoradas de mejor manera.
Una vez que seamos capaces de aceptar eso, podemos conseguir a alguien que sume alegrías a nuestra vida, y reste tristezas. Porque un compañero de vida puede ser el mejor apoyo que tengamos en nuestros peores momentos… Porque, es en los momentos más difíciles que podemos darnos cuenta de que, quien tenemos al lado, es una estrella fugaz o un universo en sí mismo.
La soledad nos hace valorarnos lo suficiente como para no aceptar ningún amor fugaz, de esos que solo tienen pretensiones carnales y que son amantes de lo fácil y pasajero. Quien aprende amarse en soledad, sabe que lo que necesita y merece en su vida, es a alguien que valore tanto nuestra existencia que no quiere irse de nuestro lado, jamás.
Si nos van amar, que sea con todo o con nada.
Finalmente, debemos conseguir a un amor de esos que está dispuesto a entregarse por complejo, porque mientras nosotros lo hacemos, no podemos aceptar solo las migajas de alguien más.
Debemos conseguir un amor valiente, porque la entrega es un acto que solo los más osados, se dignan a ejecutar. Ama valientemente, no aceptes migajas de nadie y acepta el amor que creas merecer.