Así, de lejitos, a la distancia y sin mensajes de por medio.
No sé qué somos y no quiero arruinarlo preguntándotelo.
Pero sea lo que seamos, me gusta, me encanta y me agrada.
Porque, aunque no nos hablemos todos los días, aunque no nos digamos cursilerías constantemente y aunque casi no nos veamos… nos queremos, nos amamos, nos pensamos.
Tenemos esta extraña conexión sin título.
Creamos un prólogo de dos líneas.
Y ahora hacemos una historia que parece que no tendrá conclusión.
Y lo mejor de todo, es que, entre página y página, hay espacios en blanco que no nos molestan, que simplemente están ahí y solo nosotros comprendemos qué sucedió en esos días que no nos vimos.
Lo mejor de toda esta forma de amarnos, es que nos vemos tan poco que, al hacerlo, preferimos gastar el tiempo en risas, besos, cuentos, chistes malos y en hacer el amor.
Preferimos aprovecharlo al máximo porque sabemos que quizá, mañana, no nos volvamos a ver como de costumbre.
Preferimos amarnos las pocas veces que nos encontramos y recargar el cariño cuando estamos distantes.
Preferimos no perder el tiempo en melodramas y absurdos, porque así es nuestro amor, complejo y como el de pocos… Como el de ningunos, quizá.
Por eso, te pienso tanto cuando no te veo, cuando no te escribo, cuando no estás a mi lado.
Porque solo entre tú y yo, entendemos esa rara forma de mantener la química viva.
Porque solo entre tú y yo, el espacio y la distancia no son motivo de dolor, sino una excusa para extrañarnos y volvernos a ver con más ganas de amarnos.