¿En serio me creías tan tonta como para creer que me quedaría llorando y echada en un rincón? Te equivocaste conmigo, amigo querido. Me creíste débil y blandengue. Pensaste que podías hacer conmigo lo que te viniera en gana, pero aquí estoy levantándome, tomando venganza por lo que me hiciste. Porque si tú sabes engañar, pues yo también.
Yo también puedo tener mis aventuras, como dicen, y desde hace mucho que ese prospecto me llamaba y buscaba la manera de conquistar mi corazón. Me escribía mensajes insinuantes por las redes sociales y jamás escatimaba en enviarme algún regalo a la oficina para llamar la atención. Sin embargo, lo rechacé por amor y respeto hacia ti, porque te consideraba el hombre de mi vida y no quise hacerte daño. Qué gran error de mi parte.
Todo transcurrió de esa manera, hasta que decidiste hacerme el mal. Jamás imaginé que serías tan descarado como para revolcarte con la maestra de nuestro hijo pero sí, lo hiciste, y ahora estás pagando las consecuencias por tu error.
En primer lugar, perdiste a tu familia. Tu hijo ya no te quiere y no hace más que llorar por lo que le hiciste a nuestro hogar. En segundo lugar, tanto me devoró la rabia y el dolor que decidí pagarte con la misma moneda, para que sientas en carne propia lo que yo sentí y más nunca te atrevas a hacerme daño.
Lo hice y lo disfruté muchísimo, porque él me ofreció lo que tú no me diste en tantos años de desidia y malestar. Fue todo un caballero conmigo y me amó suavemente hasta que caí rendida y plena de dulzura en sus brazos. En definitiva, comprendí lo mucho que estaba perdiendo a tu lado.
Al final, todos somos responsables por las acciones que cometemos y tú debes pagar por lo que me hiciste. Por mi parte, probé las mieles de arrojarme a los brazos de otro hombre y me siento feliz, maravillosa y capaz. Tú lloras por perderme y yo sonrío. Qué cosas de la vida, ¿no?