Te veo llegar, a lo lejos. Luces triste, con la mirada cabizbaja. Caminas dando pequeñas zancadas en zigzag, como quien persigue a su sombra y no puede conseguirse. En fin, ahí vas, taciturno, confundido, lleno de desasosiego.
La gente te ve y se aparta. Posiblemente piensan que eres una persona que acaba de pasar por un fuerte choque emocional, otros quizás imaginen que eres víctima de un desequilibrio mental. Yo, dentro de mí, sonrío, porque sé lo que realmente te sucede: finalmente recibiste un poco de tu propia medicina, y este es el precio que debes de pagar.
Te lo entregué todo. Fui la madre ideal, la esposa diligente, la cuidadora perfecta del hogar y jamás faltó en tu mesa la comida caliente, ni jamás sentiste la ausencia de mi consejo oportuno y mi acompañamiento en los momentos difíciles. Lo reconozcas o no, te lo entregué todo, pero lo tiraste todo a la basura por una aventura.
¿Te sientes desahuciado porque, al final, sentiste lo que yo sentí? Bienvenido a mi mundo, amor. Porque cuando alguien te daña, duele profundamente en el alma. Y es un dolor tan hondo, tan profundo, que te arranca el corazón y puede apagarte el deseo de seguir existiendo.
Esa pena fue la que sentí cuando me engañaste con la igualada esa. Y así anduve, adolorida por la calle, mostrando mi dolor, pero supe sobreponerme y salir adelante. Mi familia y amigos fueron un factor determinante en mi recuperación, En cambio, a ti nadie te apoya. Difícil la veo para ti, amigo mío. Mucho sufrimiento auguro en ti.
Al final, no siento verdadera lástima. Ese es el precio que debes de pagar por lastimar mi corazón. Eso es lo que pasa cuando traicionas a quien realmente te ama. Como dicen en mi tierra, “a todo cochinito le llega su sábado” y, en tu caso, te llegó y bien sentido. Cuéntame, amigo mío, ¿Aún tienes deseo de seguir engañando a las mujeres?