No hay más lágrimas, así que deja de buscar en mis ojos la debilidad que ya no existe.
Te di todo de mí. Mi forma de decir la verdad,
la manera de ser justa, incluso las muecas que no ocultaba al mentir.
Todo eso, fue tuyo.
Te di incluso los gestos de amor que permanecieron dormidos durante tanto tiempo,
y que con tu presencia avivaste, pero con tu maldita torpeza lo echaste a perder.
Te di aquello que no tenía, y si era algo que tú querías, iba y lo inventaba.
Creaba nuevos besos solo para que el sexo, no fuese aburrido y se mantuviese único.
Te di mis manos, y dejé que invadiesen tu cuerpo, porque sentía de algún modo que me pertenecías.
Te di hasta los orgasmos que nunca me habían hecho tener.
Pero eso no es nada…
Lo que me duele, es que te di mi dignidad.
Te di esa parte sagrada dentro de mí.
Aquella donde solo los corazones valientes pueden arriesgarse a mirar sin salir lastimados.
Te di mi apellido, te di el derecho a conocer a mi madre, a mi padre y a mis mejores amigos.
Te di mis historias más vergonzosas.
Te di el corazón completo y me lo devolviste en un baúl con una carta pidiendo unas mediocres disculpas.
Te di todo de mí, y regresé incompleta.
Pero, aun así, perdiste tú.
Porque sé que nadie en este mundo, te dará tanto como yo te di.