Hoy, que nos volvemos a encontrar, te pregunto si recuerdas mi cara, las promesas que hiciste y los besos que robaste. Te pregunto si aún te pasa por la mente el daño que me hiciste, o si duermes bien sabiendo que, por ti, llegué a ser la peor versión de mí.
Seguro no recuerdas el día que nos conocimos. Seguro no te pasa por el pecho o la mente, esa sensación que tuvimos al vernos por vez primera. Seguro no tienes idea de cómo me ha ido y de si he podido querer de nuevo.
Y te lo digo, no con el fin de que veas si hay o no rencor dentro de mí, porque el rencor, sería una forma de darte importancia… Solo, por si te lo preguntas, ya no me dueles, ya no eres importante y ya olvidé lo que sentí, pero aún guardo lo que viví.
Lo guardo con el fin de recordarme cuando me enamore, de que nunca debo entregarme como contigo lo hice, de que no valen las palabras sino las acciones, de que el amor, por fuerte que parezca, es una de las cosas más débiles que existen.
Yo si te guardo, no como algo malo, sino como una experiencia que hoy, es la base de la mejor versión de mí. Porque del dolor se aprende, siempre y cuando, lo dejemos ir y le veamos de lejos, como una pieza de museo que es intocable, pero que sabemos que tiene su historia y valor, aunque nos desagrade, aunque no nos produzca placer verla. Porque a veces, para ser fuerte, debemos ver a la cara a lo que nos hirió y decirle “¿Te acuerdas de mí? Porque yo ya te superé.”