Anatomía de una despedida:
Su mirada le pedía a gritos que se quedase, que no se fuera y que no le diera la espalda, porque sabía, muy adentro de sí, que al hacerlo no habría forma alguna de volverle a mirar.
Sus oídos querían seguir oyendo sus “te amo”, pero su corazón ya entendía la mentira que eso ocultaba.
Su cabello empezaba a añorar a su mano acariciándole y practicándole el cafuné, pues en sus caricias ella encontraba la paz para dormirse en su pecho.
Sus manos insistían en aferrarse a su rostro y dar un último beso de despedida, pero su dignidad le advertía que eso podía ser fatal para lo que realmente a ella le convenía.
Su nariz aún quería sentir el olor de su perfume, del condimento tan particular de sus desayunos, de la manera en que tenía un olor exclusivo por las noches. Pero su conciencia le guiaba al camino contrario, al correcto y al que realmente necesitaba.
Sus recuerdos aclamaban ser revividos, reintentados, puestos a prueba una última vez. Su futuro le dijo cuán grande eran las oportunidades que tenía al frente sin él.
Su corazón le pedía que cediera ante el amor que le tenía con cada brinco que daba. Pero el dolor entre ellos no le permitió escucharle.
Sus lágrimas le suplicaron una noche más, una semana y “veremos”, un año y lo “intentamos”, una vida entera y “valió la pena”. Pero su boca, era la única que estaba conectada con lo que realmente a ella le convenía, y por eso, de manera sutil, sin odio pero con mucho pesar, solo le dijo “adiós”.