Pocos días después de nacer, los seres humanos ya somos capaces de sonreír. A veces pareciera que desde muy pequeños fuésemos conscientes en algún grado del valor de una sonrisa.
Es así que entendemos que sonreír es un acto espontáneo y sencillo, aunque a medida que vamos creciendo pareciera que vamos olvidando su valor en nuestras vidas. Incluso en los peores momentos una sonrisa frente al espejo nos recuerda que tarde o temprano todo mejorará.
Parece algo tonto pero reír es un acto que de manera inmediata espanta el mal rato, nos distrae de la tristeza, nos da un “boost” de ánimo y alivia momentáneamente el dolor. Y lo mejor de todo: ¡es gratis!
Sin importar de dónde vengamos o a donde vayamos, una sonrisa en un acto que cualquiera traduce como amable y energizante. Una sonrisa en el momento adecuado puede hacer la diferencia hasta en la más grande de las dificultades.
Ya sabemos qué nos causa una sonrisa propia, pero… ¿sabes qué es lo que produce en otros? ¡Probablemente una sonrisa de vuelta! Y es que sonreír es más contagioso que la gripa, aunque con efectos secundarios agradables: invitamos a socializar, demostramos amabilidad y aliviamos el pesar de otros sólo con este gesto.
Hay veces en que evitamos sonreír demasiado porque nos han enseñado que para ser exitosos debemos ser personas serias. Lo que no nos dicen es que no importa cuánto sonriamos: eso jamás interferirá con nuestros planes de alcanzar lo que nos propongamos, ¿y qué mejor prueba de que estamos felices que una gran sonrisa?
Ahora, reír a carcajadas es un acto de salud por donde se le mire. Si te interesa tu bienestar físico y mental, debes saber que una buena risa ayuda a oxigenar la sangre y aumenta la producción de hormonas sanadoras del cuerpo. No es que vas a andar por ahí riendo como loco sin razón alguna: la idea es que entiendas el valor de asumir una sonrisa cuando el cuerpo lo pide.
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