La vida. Tan compleja y cambiante que es difícil encapsularla en un concepto. De su destructiva conducta, nace lo hermoso, pues la vida, es lo único que puede parecer injusto y al mismo tiempo, hermoso.
La vida es prolongada, pero también puede haber nunca existido. Así como una persona que vive 120 años, así como un feto al cual nunca se le dio la oportunidad de sentir tan siquiera un latido del corazón antes de ser desgarrado del vientre en el que se cuidaba.
La vida es tan compuesta, que intentar comprenderla es perder el tiempo. La vida hay que vivirla, porque si no, la perderíamos por completo intentando darle una explicación.
La vida es aliada del tiempo y son codependientes. Una no existe sin la otra, por ello, la unidad de medida de la vida, son los segundas, horas, días y años que pasan por nuestra piel y se marcan como arrugas a modo de cicatriz en el rostro, recordándonos que la vida no tiene vuelta atrás, pero que, si hemos aceptado esto, quizá, no necesitemos volver, porque ya habremos disfrutado de esta dichosa vida.
La vida es maravillosa, pues no permite experimentar y sentir. Es a través de la vida que la premura por crear nos impulsa hacer grandes cosas.
El final de esta, se asoma como una vieja enemiga que no queremos ver, pero que sabemos que tarde o temprano tocará a la puerta para alejarnos de nuestra amante, la vida.
Por ello, mientras la tengamos, debemos amarla, dándonos salud, paz emocional y tranquilidad. Debemos apreciarla como nuestro más íntimo e invaluable tesoro, porque es lo único que realmente nos pertenece y que nos fue dado desde nacimiento.
Todo lo demás, puede ser prescindible, pero sin vida, no hay esperanza.