Nunca se debe perder el valor por una persona que no sabe lo que tiene. Si alguien no nos da la importancia, si nos ignora, nos abandona o nos desprecia, no debemos mendigar su atención ni amor, ya que nada tendrá de real o sincero.

Nosotros mismos debemos estar conscientes del valor que tenemos, de darnos la importancia que merecemos, para que nadie nos pueda pisotear y hacernos sentir inferiores. No debemos conformarnos con ser segundas opciones, o aceptar que nos den esos tiempos de sobra, simplemente merecemos lo mejor.
En principal, debemos respetarnos a nosotros mismos para que los demás lo hagan, tener dignidad, y sabernos darnos nuestro lugar. Tener las aspiraciones más altas para nuestra vida.
Debemos esforzarnos por tomar distancia emocional de aquellas personas que ponen en jaque el equilibrio de la balanza afectiva que todos necesitamos, a la vez que cimientan en la desigualdad emocional las relaciones que compartimos con ellos.
Mendigar amor significa pedir algo que no existe, que solo está en los deseos de nuestra mente. Lo único que conseguimos «mendigando» es faltarnos el respeto, entorpecer nuestro crecimiento emocional y obsequiar a nuestro yo con el dolor que fomenta la falta de dignidad.
Cuando amamos a alguien queremos cuidarle y evitarle dolor. Nuestro reflejo emocional nos invita a crear circunstancias que le hagan sentir merecedor de amor, que fomenten emociones y sentimientos de armonía, autenticidad y cariño.
Si no nos cuidamos de los falsos amores, acabaremos creyéndonos lo que ellos nos hacen sentir. Terminaremos pensando que no merecemos afecto o atención y que las relaciones emocionales no tienen por qué estar compensadas.
Al final es simple: la persona que realmente nos merece es aquella que, teniendo la libertad de elegir, se acerca a nosotros, nos aprecia y nos dedica tiempo y pensamientos.
La herramienta más poderosa para luchar contra la injusticia emocional y la indiferencia es la autodeterminación. Esta se acompaña de amor propio, de autoconocimiento y de reflexiones sobre los sentimientos, deseos y comportamientos propios y ajenos.

Sin embargo, el proceso en el que nos vemos inmersos en estas circunstancias refleja la ausencia de dignidad. Y esta es una cualidad que nos hace falta para no perseguir a aquellos que no nos merecen.