Efectivamente, el dolor por perder a una persona que amabas es incomparable, pero no es lo más doloroso.
Perder a esa persona que quisiste ver cerca de ti toda tu vida, se siente como un puñal en el pecho que, al intentar sacarlo, agrava más la herida. Fácilmente se convierte en sufrimiento y es difícil aplicar la inteligencia emocional en dicha ocasión.
No podemos exigirle a alguien que sufre este tipo de perdidas amorosas, mejorar de la noche a la mañana, porque no va a suceder. Pero, más allá de este enorme dolor, existe uno que le supera y es quizás, el más difícil de aceptar y sobrellevar.
El dolor de perderte a ti mismo es tan peligroso, que solo, hasta que te ves hundido en un pozo sin escaleras para salir de él, es que te percatas de lo ahogado que te sientes.
Perderte a ti mismo, significa no reconocer la dignidad que habita dentro de ti. Significa no amarte. Significa no saber qué valor tienes y significa vagar por la vida sin un futuro marcado.
Este es el peor de los dolores, porque no solo lo sufres tú, sino aquellos quienes amas también. No hay nada más doloroso que ver a alguien que quieres, perdido entre las sombras porque alguien le partió el corazón.
Que tu vida no dependa de la luz que otros desprenden de sí. Aprende a vivir con tu luz interna y deja de lado el dolor producto de la falta de cariño propio. Si no superamos nuestra propia pérdida, estaremos caminando entre amores fugases, desmembrando nuestro corazón y repartiéndolo a personas que no lo merecen hasta que un día, te des cuenta de que has quedado completamente vacía. Evita tocar fondo, porque una vez que lo haces, quizás no puedas salir de ahí.