Si amas con todo tu ser, si pones todo de ti en una relación, no mereces que te quieran a medias ni que te quieran a ratos ni desde las migajas que le quedan a esa persona para quererte. Mereces que te quieran desde un lugar entero y bien construido, no desde un lugar ruinoso y lleno grietas que anuncian una caída inminente (para todo aquel que pretenda transitar por ese lugar) y sin ninguna esperanza de cambiar.
Así, nos venderemos a la primera de cambio, restándole valor a nuestro amor. De alguna manera lo abandonaremos a la intemperie, sin cuidarlo ni protegerlo. “Apáñatelas, corazón mío, que yo no te voy a cuidar. Estoy esperando a que te cuide alguien de fuera, porque yo no estoy dispuesta a hacerlo”.
Quererse a uno mismo implica asumir el riesgo de estar solo
Cuando este es el diálogo interno que mantenemos con nuestro amor propio estamos cayendo en un terreno peligroso. Primero, porque no nos estamos respetando lo suficiente como para alejarnos de aquello que no nos hace felices. Segundo, porque si siempre dependo del otro para estar bien… ¿cómo voy a pretender encontrarme bien por mí misma cuando el otro ya no esté?
Aquí es donde aparecen los comportamientos masoquistas. Hazme lo que sea, trátame como consideres, que yo, aunque me duela (porque duele) voy a seguir ahí, “luchando” por lo nuestro. Cuando en verdad no hay un “nuestro”, si no un “tuyo”. Olvidándonos por completo de nuestra persona.
Todo sea por no perder al otro. Haré lo que sea porque el otro no se vaya. Me culparé de sus actitudes, me erigiré responsable de todo lo que acontezca a la relación. De esta manera me garantizo que mi corazón no navegue sólo en esta tormenta. Está siempre en ese bote inhóspito. Al menos está “protegido” allí, y no corre los riesgos de VIVIR.
Amar con todo nuestro ser requiere valentía y responsabilidad
“Riesgos” que, cuanto más tardemos en asumir, más espacio crearán en nuestra mente y más miedo nos provocarán. El miedo a la soledad nos lleva a cometer los mayores crímenes contra nuestro corazón. Lo machacamos, lo dejamos en manos de desconocidos que nos quieren a ratos y con los restos que quedan de ellos.
Nuestro corazón es como un bebé recién nacido. Solo quiere estar con su mamá, ser cuidado y nutrido por ella. Nuestro corazón nos quiere a nosotros primero, y luego ya cuando madure podrá ser capaz de compartir ese amor con otra persona. Pero mientras tanto hemos de cuidarle, quererle y garantizarle un lugar seguro donde poder crecer y aprender.
Cuando amas con todo tu ser, amas con la responsabilidad que ello conlleva. Estás siendo valiente. Porque amar a alguien no es una apuesta segura. Muchas veces nos encontramos queriendo a alguien sin tener la garantía de que ello salga bien. Nos arriesgamos. Sabemos que existe un riesgo.
Llena tus vacíos sin esperar a que los llenen por ti
Pero mejor tomar ese riesgo con el corazón bien cuidado y protegido que con el corazón roído y lleno de agujeros. Agujeros que querremos rellenar con la otra persona… y aquí es cuando comienza la perdición. Cuando mi corazón no puede sobrevivir si no es por la otra persona.
Compartir la vida con quien amamos es algo maravilloso. Pero hemos de aprender a cuidarnos primero desde lo más hondo de nuestro ser, antes que dejar nuestro amor inexperto y débil en manos de otra persona. Es un paso previo que todos hemos de dar para amar de forma sana al otro.
Fuente: La mente es maravillosa