Las personas de un corazón muy noble, sienten cierta culpabilidad cuando dicen NO. Sienten que el peso del rechazo recae sobre sus hombros, y esto, hace que dicha persona tenga que acarrear con la responsabilidad de su permisividad.
A corto, mediano y largo plazo, la persona se acumula de responsabilidades que no quiso asumir en realidad, pero que por vergüenza o miedo a decir que NO, decidió adoptarlas. Estas responsabilidades se vuelven un gran martirio y se ven reflejadas en estrés, pérdidas de tiempo y mal humor.
Hay que aprender a decir que no y jerarquizar lo que queremos en realidad. Un NO, no mata a nadie, te da carácter y hace que las demás personas entiendan, que contigo no se puede jugar.
Dejemos de decir que NO por mero compromiso a quedar como el “tipo buena onda” que a todos les dice que sí, o la “chica amable” que nunca ha rechazado nada.
Tristemente, parece que a las mujeres se les martiriza más por decir que NO, como si por su condición de féminas perdiesen el derecho a rechazar una invitación a salir.
En el aspecto de las relaciones, esto es un gran problema, porque a veces creemos que, por el simple hecho de estar ligados sentimentalmente a alguien, tenemos la obligación de responder SÍ a todas sus exigencias, tanto emocionales como sexuales.
Alrededor del mundo, se reportan millones de casos de violación con consentimiento en las relaciones. Esto sucede cuando una de las personas, decide aceptar tener relaciones sexuales sin deseo, solo porque creen que es un “deber” el tener sexo con su pareja.
Decir que SÍ, cuando no se quiere, afecta a todos los planos de la vida. El profesional, el personal e incluso, el plano interior. Convencernos de hacer algo que no queremos, por ejemplo, es una forma de evitar decirnos que NO.
Comencemos a negar aquello que no queremos en nuestra vida. Decir que NO, es liberador y nos da confianza. Es una forma de respetar nuestros deseos y no sucumbir a las presiones sociales que siempre esperan un SÍ de respuesta.