Hoy es un día normal en el mundo: la gente se despierta temprano, arregla su cama, realiza su aseo corporal, prepara su desayuno, alista a sus niños (si los tiene), algunos más atléticos se disponen a hacer algo de ejercicio y otros menos activos se refugian en el periódico o en la televisión matutina. Por último, viene el desayuno y la ida al trabajo o a la universidad. Esta es la rutina promedio de todos los seres, sin importar en qué lugar del mundo se encuentren.
Pero para mí, que soy un ser diferente y apartado de la sociedad, no se cumple tal cotidianidad. En primer lugar, me despierto tarde, MUY tarde, casi a horas del mediodía. Puedo permanecer días sin bañarme o cambiar de atuendo, y la comida en la alacena no me preocupa demasiado. El ejercicio y/o las noticias del exterior me dan igual. Los minutos pasan lentos acostada al pie de la cama y, la verdad, poco me importa.
Hace un tiempo sentí un fuerte impulso de volver a la vida normal. Quise retomar mis estudios universitarios, mi trabajo, buscar pareja, reconectarme con mis amigos, en fin, vivir intensamente. Pero me dí cuenta que no podía hacerlo por mi cuenta, necesitaba ayuda, así que accedí a visitar a un especialista de la salud mental. Luego de conversar con él durante una hora, me recetó algunas pastillas y con la promesa de seguir asistiendo a la consulta. Qué ingenuo fue…
En el fondo de mi ser, sabía la verdad de todo aquello. Simplemente fue un impulso, como todo lo ha sido en mi existencia. Un pico, al cual lo sucede un valle oscuro y hondo. Y así transcurren mis días, echada en la cama, llorando a veces, o simplemente contemplando, pero fuera del mundo, desconectada, atrapada en mi mente, en mis pensamientos, sin deseos de hacer nada, ¿Qué hay de malo con desear ser inútil?
Mi familia ha intentado reanimarme, han usado mil y un artilugios para sacarme de la casa y con poco éxito. No saben que el problema no es que no pueda salir, el problema es que ya no quiero. No le encuentro sentido a esta exista febril e inútil, no entiendo qué hago aquí y busco maneras de escapar a algo menos aburrido, menos triste, menos como yo.
En ocasiones sueño como si estuviera muerta, y una paz sin precedentes me invade. Se siente como si se hubieran solucionado todos los traumas de mi vida; el maltrato, el desamor, la vergüenza y la amargura pasan a un segundo plano. Es el final de la película, la culminación de todo y la entrada al silencio eterno. Sí, quiero morirme…
Mientras mis amigas se gradúan de la universidad e inician su vida laboral, aquí estoy yo, echada, graduándome de “buena para nada”, de holgazana, echada en mi cama, pudriéndome, esperando la estocada final. Más que una ocupación, es una vocación de vida. Porque sí, realmente quiero morirme pero no me atrevo aún a hacerlo. Mi profesión favorita es estar deprimida…