Quien se sienta a esperar que la vida pase, no vive en realidad.

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Aunque cueste un poco entenderlo desde un principio, con el transitar del tiempo, las personas poco a poco vamos comprendiendo que no sirve de nada esperar a que las cosas sucedan por sí mismas.

Para ser feliz hay que tomar decisiones y solo cuando somos capaces de promover ese mágico cambio en nuestro interior, lo que está a nuestro alrededor también queda impregnado por dicho movimiento armónico.

Uno de los escritores más notables de la historia de la literatura fue sin duda Anton Chejov. Esa pluma afinadísimia, crítica y hábil en el mundo emocional y psicológico, nos recordaba a través de sus cuentos que las personas vulgares son aquellas que esperan siempre lo bueno y lo malo del exterior, mientras que las sabias, son las que lo esperan todo de sí mismas.

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Cuando se deja de esperar la vida cambia. Es algo que se va aprendiendo con el tiempo, porque no basta solo con desear, porque un deseo lanzado al aire en una noche estrellada no cambia nada, en cambio, una decisión lo cambia todo.

Por otro lado, muchas veces las personas nos encontramos en situaciones o circunstancias en donde nos vemos obligados a tener que esperar. Lo hace el adolescente ansiando ser mayor de edad, lo hace el adulto aspirando a conseguir un buen trabajo. Siempre esperamos algo.

Ahora bien, el arte de esperar sin desesperar implica también que durante ese tiempo no está de más que vayamos plantando «semillas». Pequeñas acciones, enfoques de pensamiento e iniciativas que por sí mismas, también generen su propio movimiento. Vale la pena intentarlo.

A muchos, nos han educado en esa cultura de la ilusión y la recompensa, ahí donde creer que, en la vida, como en los cuentos, siempre hay un final feliz. Nos explicaron que hay que tolerar la frustración antes de recibir un refuerzo positivo, y nos dijeron también, casi entre susurros, que a la gente buena siempre le pasa cosas buenas.

No obstante, y a medida que fuimos adquiriendo los sabores de la realidad, se llegó a la conclusión de que las personas no tienen ningún control sobre esto llamado vida. Pensamos que es mejor esperar, quedarnos quietos y echar raíces en nuestras zonas de confort mientras instalamos nuestras miradas en las ventanas de la vida, aguardando a que la suerte llame a nuestras puertas.

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Esperar no debería ser nunca la única opción a los problemas y vacíos de nuestra existencia. Es momento de dejar a un lado lo que sentimos para pensar en lo que necesitamos de verdad.