Querer que otros sean felices, enriquece nuestro espíritu e influye en nuestro bienestar.

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Desear el bienestar y felicidad ajena sin ningún tipo de falsedad o mala intención habla mucho del tipo de persona que somos, y de lo que está hecho nuestro corazón. El acto de desear un bienestar sincero para otras personas, genera el bienestar propio en sí mismo.

Es por eso que el simple acto de desear que los demás sean felices no cuesta nada y dice mucho de nosotros, ya que este tipo de enfoque personal y de deseo auténtico revierte en nuestro bienestar.

Desear que los demás sean felices, es el altruismo que emerge de un corazón tranquilo, porque quien celebra las alegrías ajenas con autenticidad no siente la sombra de la envidia y está libre de frustraciones o egoísmos. Desear felicidad sin mirar a quien, además, revierte en nuestra salud.

A pesar de ello, en muchas ocasiones sucede exactamente lo contrario. Pues a muchos de nosotros nos ha tocado experimentar con la desagradable situación de encontrarnos con personas que piensan aquello de ‘quiero que seas feliz, desde luego, pero no más de lo que soy yo’. Estas actitudes son perfiles que contradicen el principio de interconexión humana.

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Esta experiencia es muy común que suceda, aunque sea una vez en una persona, en donde se acercan a alguien que creían significativo para darle una buena noticia, para compartir con él o ella algo bueno que le ha ocurrido. Al instante, se percibe tensión, cierta falsedad o esa incomodidad que de pronto revela un fallo en la conexión; una disonancia en emociones y reciprocidad.

Sentir malestar ante la felicidad ajena revela algo más profundo que la sombra de la envidia. En ocasiones, es un golpe a la autoestima. Es también tomar conciencia de que otros logran superarse y alcanzar metas mientras uno mismo sigue cercado en sus inseguridades. No es fácil tolerar la alegría ajena cuando en sus mentes habita la frustración constante.

Desear el bienestar ajeno y celebrar los triunfos de los demás es un ejercicio de bienestar. No tiene nada que ver con principios éticos, morales, religiosos o espirituales. En realidad, detrás de este deseo expreso hay una base psicológica tan válida como interesante que nos explican los estudios científicos.

La Universidad del Estado de Iowa realizó un estudio tan interesante como curioso. El doctor Douglas A. Gentile y su equipo el departamento de psicología, seleccionaron a un grupo de personas que habían sido diagnosticadas con estrés y ansiedad. Les entrenaron durante varios días en una técnica bastante sencilla que resultó tener buenos resultados.

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Se trataba, simplemente, de salir a caminar cada día entre quince (15) y veinte (20) minutos.

Mientras lo hacían, efectuaban lo que se conoce como la técnica kinhin, que consiste en un ejercicio de meditación mientras la persona anda, corre o lleva a cabo algún tipo de práctica física.

Asimismo, y mientras estos pacientes realizaban esta caminata, los psicólogos les pidieron que intentaran experimentar bondad, calma y bienestar.

Para ello se les pidió simplemente que desearan felicidad a todas aquellas personas con las que se cruzaran. Así, el simple hecho de proyectar en los otros un deseo expreso de bienestar y positividad revertía a su vez en su propio bienestar.

La mente reducía la carga de preocupaciones y pensamientos obsesivos. La calma interna y el hecho de focalizarse en un sentimiento de afecto, generaba confort y satisfacción.

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