Desde pequeñas solemos soñar con la típica boda en la iglesia, con nuestro vestido blanco adornando nuestra silueta, caminando al altar, esperando encontrar al final de ese pasillo a nada más y nada menos que, al amor de nuestra vida.
Pero al crecer, chocamos con una realidad de que formar una relación amorosa no es cosa fácil (por lo menos no para algunas), y al paso de los años y las decepciones, solemos cometer errores que nos cuestan bastante caro.
Cuando hablamos de costoso no nos referimos a algún valor monetario, sino algo aún mas valioso, nuestra estima cayendo en relaciones toxicas aceptando, ser la otra.
Si estas en una situación similar, este articulo es para ti. Nos enfocaremos en conocer que se siente ser la otra, para así comprender y juzgar menos a las mujeres que terminan en este círculo vicioso.
La novedad de ser la otra
Todo comienza con un mensaje “¿hola cómo estas?”, desde este punto todo parece súper cool, empiezan las mariposas en el estomago, largas noches de desvelo charlando por WhatsApp, citas, y sin darte cuenta, de un día para el otro, te encuentras envuelta en una maraña de sentimientos.
El caballero te plantea los problemas que existen en su relación actual, donde no se siente feliz, ni pleno, aseverando que tú representas su mujer ideal.
Lo cierto es que sólo trata de manipular tu cerebro, haciéndote creer exactamente lo que quieres escuchar, llenándote de frases lindas que empiezan a nublar tu juicio.
Al final, terminas aceptando ser la otra, bajo sus condiciones y sabiendo su estado civil; ¿Qué podría salir mal?, te preguntas tú.
El parque de diversiones
Al ser la otra, te estás condenado a vivir un mundo sumergido en la clandestinidad, donde todo es diversión, rumbas y más.
Al principio puede que te parezca divertido, una relación basada sólo en placer, pero lo cierto es que la vida real no es un constante concierto.
Los fines de semanas escapados, las relaciones desenfrenadas (porque si querida amiga, aunque te cueste aceptarlo, el sólo te quiere por “eso”, nada mas), las cenas lujosas, los regalos ostentosos, y las risas, son las razones que te hacen conformarte con esa relación.
Te has convertido en su parque de diversiones.
La no repentina y menos sorpresiva soledad
Hasta que un día, no muy lejano, te aplasta la realidad, donde ser la otra ya no es tan divertido. Como es de esperarse, luego de unos meses, generas ciertos sentimientos hacia el hombre y, por ende, empiezas a demandar un poco de más atención.
Es allí cuando empieza el martirio, las llamadas desviadas, los mensajes ignorados, las visitas programadas (que son sólo en hoteles) y la distancia.
En las fechas importantes te encuentras sola (navidad, cumpleaños, reuniones familiares), así como los momentos duros te toca afrontarlos nuevamente sola.
Y terminas envuelta en una relación que es de todo menos de pareja, donde te ata la esperanza vacía de que algún día te ame, y dejes de ser la otra.