Cuando pensamos en el término “psicópata”, ¿qué imagen nos viene a la mente? Probablemente, la de un varón, entre veinte y treinta años, carente de remordimientos y frío como un témpano de hielo; y con irrefrenables impulsos hacia los actos más barbáricos y sádicos que podamos imaginar.
Ahora bien, ¿hasta qué punto proyectamos un estereotipo promovido por los medios de comunicación?, ¿se trata realmente de una patología con mayor incidencia en el género masculino? Investigaciones recientes arrojan nuevas informaciones sobre los sujetos con este trastorno, incluyendo cómo es en realidad el enamorarse de uno de ellos.
El amor y la psicopatía: ¿un binomio imposible?
La psicopatía adopta muchas formas, una de las cuales incluye una variedad subclínica de personas con puntuaciones destacadas en tests de personalidad que miden su predisposición hacia tendencias psicopáticas (aunque no como comportamiento per se). Si se interpreta como un continuo en el que las puntuaciones a obtener son modificables, se puede percibir cómo el grado en el que el sujeto tiene tendencias psicopáticas está vinculado a otros aspectos de su psicología y relaciones interpersonales.
Sí, los psicópatas también pueden tener relaciones sentimentales
Aun así, los sujetos con manifestaciones psicopáticas típicas sí pueden comprometerse en relaciones románticas, sin implicar necesariamente que luego se casen o no, o que vayan a establecer un vínculo de compromiso más serio. Cierto es que estas relaciones pueden no ser resultado de una intimidad psicológica real en el sentido estricto, sino de la conveniencia de una pareja con un punto de vista común del mundo que justificaría que ambos intentasen sacar el mayor provecho posible del resto de personas.
La carencia de empatía y la incapacidad para expresar emociones de cierta profundidad psicológica les podría llevar a la desintegración de su vínculo debido a la adopción de patrones destructivos de interacción entre ambos que irían en aumento. En casos extremos, hasta podría existir maltrato y violencia, pero no sería algo frecuente.
Incluso aquellas parejas que a priori parecen condenadas al fracaso son aptas para prosperar si el individuo más equilibrado psicológicamente es capaz de ejercer su influencia sobre el otro. Con el tiempo, esto les permitiría formar un vínculo que favorecería el desarrollo de un mayor grado de confianza, incluso llegar a poder observar las situaciones desde la perspectiva del otro.
Apego y psicopatía
Para descubrir la manera en que el estilo de apego y la psicopatía pueden evolucionar con el tiempo, el equipo de investigadores de la Universidad de Laval utilizaron una muestra de parejas que llevaban casadas un año. Esto posibilitó el examinar los efectos e influencias mútuas durante el tiempo de estudio. En total fueron 140 parejas, de edades comprendidas entre los dieciocho y treinta y cinco años, que llevaban juntas una media de siete años.
Los participantes completaron una serie de cuestionarios de forma separada, puntuándose a sí mismos en escalas que fueron diseñadas para medir sus tendencias hacia la empatía baja y a la manipulación (rasgos de la conocida como “psicopatía primaria”); así como su inclinación a llevar a cabo comportamientos antisociales (atributos propios de la “psicopatía secundaria”). Añadido a esto, se midió el estilo de apego de cada uno, junto con su grado de ansiedad ante el abandono y la evitación, entendida como la incapacidad de querer acercarse a los demás.
El fin de que los sujetos se “autopuntuasen” en dos categorías diferentes permitió al equipo de investigadores valorar la influencia de cada miembro de la pareja sobre las puntuaciones de su compañero/a. Todas las parejas eran heterosexuales, por lo que el diseño del estudio favoreció el contemplar la influencia entre ambos sexos.
Los autores pudieron comparar la intensidad de la relación del “actor” (el que ejercía la influencia”) sobre el otro (el que la recibía). También tuvieron que considerar los cambios temporales propios de cada hombre y mujer separadamente del efecto que el cónyuge les causaba y que, a su vez, cada uno tenía sobre el otro.
Fuente: Psicología y Mente