En el reino de la hipocresía solo los más fuertes sobreviven
Aquiles decía en la Ilíada que si había algo que le incomodaba mucho más que las puertas del Hades, eran las personas que decían una cosa y hacían otra. Bien, es muy posible que todos nosotros tengamos cerca a una persona chapada con este tipo de material que tanto abunda en la era del Antropoceno. Lo que tal vez no sepamos es que no hay que responsabilizar única y exclusivamente al propio hipócrita de su comportamiento.
La hipocresía es mucho más que la clásica disonancia entre nuestras ideas rectoras y nuestros comportamientos. En ocasiones, el propio entorno que nos rodea nos obliga a ello. Cada día nos enfrentamos a un enorme rompecabezas vital, las piezas están dispersas y estamos obligados a sobrevivir en estas “superficies sociales” tan complejas. Casi sin que nos demos cuenta, en ocasiones, acabamos haciendo cosas que no armonizan con nuestros principios, con nuestras ideas o convicciones.
Entre lo que se piensa, se dice y se hace, puede haber un abismo, y a pesar de no querer faltar a nuestra verdad interior lo acabamos haciendo por las presiones del ambiente. Esto es lo que Leo Festinger definió como disonancia cognitiva, es decir, experimentar una desarmonía o un conflicto entre nuestro sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) con las propias conductas.
Cómo protegernos de los comportamientos hipócritas
Practicar lo que se predica no solo es un acto de respeto, también lo es de “autorespeto” y de bienestar personal. Ya sabemos que todos, de algún modo, hemos practicado este arte en alguna ocasión para poder integrarnos en un contexto determinado: en un trabajo, en una fiesta, en una reunión familiar…
Ahora bien, si hay una finalidad clara y objetiva que tienen las disonancias cognitivas, es encender una alerta psicológica para informarnos de que el fino hilo que sustenta la conducta con los valores, está a punto de romperse. Iniciar un proceso de reflexión nos salva sin duda de cristalizar la hipocresía.
“El hombre es menos hombre cuando habla en su nombre. Dadle una máscara y os dirá la verdad”
-Oscar Wilde
Sin embargo… ¿qué podemos hacer si muy cerca de nosotros habita un hipócrita empedernido y corrosivo? Hay personas honestas, que al intuir algo tan sencillo como la incompatibilidad de caracteres o de valores, eligen poner distancia con adecuada elegancia y respeto. Eso es algo que sin duda agradecemos, pero lamentablemente, no todo el mundo inicia este tipo de política de los buenos principios.
Lo más correcto sin duda sería que nosotros mismos estableciéramos un cordón de seguridad y nos alejáramos lo bastante como para no volver a coincidir, sin embargo, si esa persona es un familiar, un compañero de trabajo o un jefe, puede que no sea tan sencillo comprar el billete de no retorno.
En estos casos, nos será muy útil la regla de las tres”R”:
No “refuerces”: el hipócrita puede y tiene todo el derecho de hacer vida a tu alrededor, pero nunca reforzaremos sus comportamientos. Es decir, lo ideal es ser lo más asépticos posibles con ellos, no mantener conversaciones profundas donde revelar intimidades y no dar tampoco demasiada importancia a lo que puedan decir.
“Respétalo y respétate”. Deja que el hipócrita sea como bien quiera, que haga lo que desee pero siempre en su propia esfera, no dejes nunca que entre a la tuya. Respétate y dale la importancia justa sin dejar que te afecte su actitud.
No “renuncies” a tus valores.
En ocasiones, cuando pasamos mucho tiempo en un escenario abonado por la hipocresía es común caer en algún momento en estos mismos comportamientos. Recuerda tus valores y principios y defiéndelos aunque el resto no los entiendan o no los aprueben.
Por último, y no menos importante, recuerda siempre que la hipocresía se camufla con amabilidad cuando algo le conviene. Aprende a ser intuitivo y cauto, y si la oportunidad finalmente acontece, no dudes en poner una distancia adecuada donde poder recuperar tu plenitud emocional y psicológica.
Fuente: Rincón del Tibet