A veces sucede, desconfiamos de una persona sin conocerla en profundidad. Es como una voz interior que nos susurra “aléjate”, como un viento frío que nos empuja a ir en el sentido opuesto guiados por ese instinto que a modo de resorte biológico, nos pone en estado de alerta.
Este tipo de sensaciones que acarician la superficie de la mente, casi como un dedo gélido arañando nuestra espalda, tienen poco de sobrenatural.
Desconfiar de todo y de todos por miedo a equivocarnos de nuevo nos impide vivir en plenitud.
Queda claro, no obstante, que a veces esta voz interior falla, que las primeras impresiones no siempre aciertan y que hay quien peca en exceso al confiar en su “supuesto” instinto. Ahora bien, si hay algo para lo que está preparado nuestro cerebro es para anticipar riesgos, y por ello, para evitarnos daños físicos o psicológicos, alza este eco sutil arraigado en nuestro subconsciente que nos dice algo tan simple como: “vete”.
¿Debemos hacer caso a esa voz interior que nos dice “huye” o “desconfía”?
Algo que saben bien los psicoterapeutas es que la persona que no se deja “secuestrar” por el poder de la amígdala es alguien que ha desarrollado un adecuado autocontrol para dejar de vivir con miedo. Ahora bien ¿quiere decir esto que no debemos escuchar a esa voz interior que de vez en cuando nos recomienda desconfiar de algo o de alguien?
“La única cosa realmente valiosa es la intuición”
-Albert Einstein-
A continuación te damos unos datos sobre los que reflexionar:
Daniel Goleman nos explica en “El cerebro y la Inteligencia Emocional” que toda reacción natural en la que experimentemos miedo o inquietud estará regulada por la amígdala. Desoír esa emoción o silenciarla no es recomendable, al igual que tampoco lo es dejarnos llevar de forma visceral.
Lo adecuado es escuchar esa voz con detenimiento. Todos los estudios relativos al sexto sentido nos dicen que las personas que escuchan esas corazonadas o sensaciones emitidas directamente del inconsciente o de estructuras tan primitivas como la amígdala suelen dan respuestas más efectivas.
Esto es así por una razón muy concreta: porque “escuchar” no implica “obedecer” sino iniciar un adecuado proceso de análisis y de reflexión.
Si alguien no nos agrada se debe a una serie de razones concretas, y esas razones están relacionadas con nosotros mismos: quizá porque nos recuerda a alguien que conocimos en el pasado y cuyo patrón comportamental se repite, quizá porque intuimos que sus valores no armonizan con los nuestros o quizá porque nuestra experiencia nos ha permitido saber ya quien es de fiar y quien no…
Sea como sea, lo único que debemos hacer es no dejarnos avasallar por el temor y la desconfianza continua. Toda reacción inteligente tiene como maravillosos componentes la intuición y la reflexión.
¿Los ponemos en práctica?