Te perdono, en serio. No me da la gana de seguir cargando con el pesar del rencor y del odio.
No vales tanto, como para que mi mente te guarde un lugar especial. Y no, no todos los lugares especiales en la mente de alguien, son lindos. Hay lugares especiales donde se almacenan a las basuras como tú.
Quisiera tener la madurez suficiente, para no referirme a ti de manera despectiva, pero lo lamento, mis padres nunca me enseñaron a ser hipócrita y siempre me dijeron que expresara lo que sentía por alguien.
Así que, sí, te perdono y te arranco de la piel, como esas ronchas que dejan una marquita, pero que solo se notan si ponemos el dedo sobre ella.
¿Lo ves? No eres tan importante como para llamar la atención por ti solo.
Me interesa meter en mi mente, cosas que puedan pasar, no tonterías que ya pasaron y no tienen remedio, por eso, por tercera vez, te perdono.
Perdono que siempre hayas llegado tarde a las cenas en casa.
Perdono que nunca descubrieras cuales eran mis lugares más sensibles.
Perdono tu gran incapacidad mental para entender cómo me sentía cada vez que me faltabas al respeto.
Perdono que tu mano, más de una vez, intentó estar sobre mí, y no como una caricia.
Perdono que hayas sido tan poco hombre.
Perdono que solo me hayas ofrecido sexo, pero nunca supiste hacerme el amor.
Perdono tus asquerosos hábitos que fueron tolerantes hasta que se acabó el amor.
Perdono que te hayas creído mis orgasmos falsos.
Perdono mi pasado y te perdono a ti, que formas parte desagradable de él. Y te perdono no porque tenga consideración contigo, sino porque me interesa más mi futuro, que el pasado donde tú te quedaste.