Ya voy bien, el corazón duele solo cuando late, cuando piensa, cuando habla y declama a gritos su nombre. No es para tanto, a veces solo exagero, porque con cada año que pasa, un latido de los 60 que tengo cada minuto, deja de molestar.
Y así, de a poco, tu recuerdo se va desvaneciendo, perdiendo color y mutando invisible. Así, de a poco, de latido en latido, el corazón va perdiendo la memoria, va borrando tu nombre y va tomando tu presencia con indiferencia.
Con cada día que pasa, le voy cogiendo cariño al cerebro, le voy haciendo más caso y voy superponiéndolo sobre el pensamiento del corazón, porque pensar con él, duele.
Pensar con el corazón es dejar de lado la racionalidad, y venga, no estoy en contra del optimismo y las corazonadas, tampoco digo que haya que radicalizar al sentimiento y apagar el corazón por completo, lo que digo es que, cuando se trate de amor, no podemos hacernos los sordos cuando el cerebro nos diga NO y el corazón solo esté gritando y pataleando por un SÍ.
El cerebro y el corazón, parecen dos hermanos que siempre están en desacuerdo, pero ambos solo quieren lo mejor para nosotros, simplemente es cuestión de ponerlos en una balanza y saber que las decisiones del corazón, duelen más que las de la mente, pero a veces, las de la mentes nos pueden llevar al arrepentimiento, al hacernos evitar aquello por lo cual pudimos tomar el riesgo, de oír al corazón.