De nuestro primer beso sólo queda la estela del cigarrillo que nos envolvía en aquel bar. De nuestros encuentros furtivos el riesgo que corríamos al transitar la calles citadinas a altas horas de la noche. De nuestras escapadas a los lugares más hermosos de la capital sólo queda el aroma del té de frutos rojos y el pretencioso quiche que solías desayunar.
Escribiste en mí lo que imaginé sería un tratado extenso acerca de lo mejor de esta vida, pero ahora sólo soy un compilado inexacto de innumerables experiencias, escritas a ratos con la misma pluma. No sabía que el descanso que me dijiste te tomarías se extendería por lo que resta de nuestras vidas.
Sé que no es posible llevarme a las tablas o al séptimo arte, y mucho menos saber si en verdad me amaste o todo fue una ilusión perfectamente construida. Por un momento pensé que aquella señora del bar que se unió a nuestra conversación tenía razón en lo que dijo: “él te ama porque está aquí hoy contigo, cuando más lo necesitas”, pero luego entendí que ella estaba afectada por tanta bebida.
Tampoco me dejaste terminar de construir una constelación con tus lunares, pero no es algo que te afecte demasiado. Al contrario de ti, heme aquí creyéndome arte invaluable cuando ni yo misma puedo concluir lo que empezaste.
Y es que no sé si sea posible, pues que otro lo haga haría que pierda el sentido, así que esto que prefiero llamar amor se quedará a puerta abierta no para que alguien más entre sino esperando a que llegue quien pueda cerrarla.