Yo no sé nada del amor. Hago esquemas, esbozos, diseños sobre lo que quiero y lo que no. Pero no sé nada. Sé de palabras sueltas, de primeros pasos, de hojas secas, de murallas y de charcos. De charcos que parecen fáciles de saltar, pero no. De murallas que parecen fáciles de subir, pero no. No sé mucho. Sé más bien poco.
No sé de lo que pasa tras veinte años con alguien, ni lo que sucede cuando un amor eterno se va. No sé de crisis a medias, ni de problemas de los gordos. No entiendo de remendar rotos ni de coser heridas. No sé qué es envejecer al lado de las arrugas de otro. Ni nada. De nada. Somos demasiado jóvenes para hablar como si supiéramos tanto. Creemos que tenemos cicatrices, pero lo cierto es que son solo los simulacros de una verdadera cicatriz. Y el caso es que bien pensado, y cuando el tiempo sella bien la piel, a día de hoy diría que tampoco entiendo ya mucho de ellas. De cicatrices, sigo hablando.
Pero entiendo de momentos, de diálogos, de series favoritas y de cejas arqueadas. Entiendo de querer a alguien tanto como para querer hacerle feliz. Por eso publico este post, porque si a Rosana le hace ilusión, a mí también. Ella me escribió ayer para pedirme si podría publicar un texto suyo en mi blog, porque pensaba que era una original y bonita forma de felicitar a su novio.
Dudé. Pero la romántica que habita en mí no ha podido negarse. Porque aunque no sé nada del amor… si algo sé es que nunca hay que cerrarle puertas ni ponerle trabas.
El amor, en cambio, siempre hay que celebrarlo.
P.D. Por la distancia que no significa nada cuando dos se esperan.
Fuente: La chica de los jueves