Ojalá pudieras sentir el dolor tan profundo que siento desde esa noche en que me dijiste “adiós”, sin derecho a abrazarte por última bien.
Ojalá vieras cómo me he ahogado en llanto desde entonces, cuán difícil se me ha hecho lidiar con tu ausencia, cuánto he llorado por no tenerte.
Sé que no podrás entenderme porque a alguien más le pertenece tu corazón ahora, pero al menos mírame cómo estoy llorando, al menos comprende lo que es amar y que te lo arrebaten todo.
He llorado largas noches desde entonces, sin desconsuelo, porque sé que no volverás con tus risas ni con tus caricias de antaño.
He llorado como nunca, porque sé que, aunque me equivoqué muchas veces, siempre quise lo mejor para ti y dí todo de mí para tu bienestar.
Me entristece saber que, a pesar de que te ame muchísimo, no volverás a mi lado ni de cerca.
Pese a todo, le doy gracias al señor por haberte tenido conmigo aunque sea por unos instantes, por haber conocido el amor así sea una vez en la vida.
¿Me recordarás como yo te recuerdo? No lo sé, puesto que ya no eres el mismo de antes.
Simplemente espero que no tengas que vivir este sufrimiento que yo estoy viviendo, porque no hay nada que duela más que el lamento cuando has perdido al amor de tu vida.
Donde quieras que estés, amor mío, te deseo el bien. Esta carta, simplemente, es una constancia de todo el llanto que he derramado esta noche.
Este relato es una proclama de lo que fue y no será, de lo que tuve y ya nunca volverá.
Adiós, amor mío, adiós. Sé feliz, que a mi me toca seguir llorando tu despedida…