Me sentía herida, me sentía abatida, triste y sola, incomprendida y abandonada por el destino. ¿Por qué a mí, si yo era tan buena? Y muchas veces nos hacemos esta pregunta, al sentirnos mal.
Pocas veces nos ponemos a reflexionar sobre lo afortunados que somos de tener aquellas personas en nuestras vidas que nos ayudan sin dudar.Nos concentramos tanto en lo que creemos que nos falta que olvidamos cuidar aquello que le da la luz a nuestra existencia.
Ahí es cuando te das cuenta que aquello que dejas de lado o no le tomas la debida importancia, se pierden por culpa de uno. Y cuando ya no están más, es cuando más notamos su ausencia.
Luego comenzamos a lanzar berridos de tristeza y llanto, reclamando al mundo, a la vida, a Dios. Como si tuviéramos derecho a reclamar algo siquiera, cuando en el fondo de nuestros corazones sabemos bien que fuimos nosotros los causantes de esa perdida.
Somos víctimas de nuestros propios actos de descuido, y aun así, a pesar de todo Dios es tan grande y misericordioso que no nos abandona. Por ello, debemos ser responsables de nuestros actos, ser humildes.
Entonces Dios nos regresará lo que perdimos o incluso puede que nos de cosas mejores. Aunque sabrá que podremos cometer los mismos errores, siempre nos recompensa, así que valora las cosas buenas de la vida.