Tenemos la idea de que todos los sentimientos deben ser respaldados con alguna acción o algo que los demuestren. Sin embargo, en ocasiones estos sentimientos pueden volverse tan fuertes e intenso, que nuestra inteligencia emocional adopta una posición defensiva que nos hace sentir que, si los demostramos, podemos ponernos en alguna situación de riesgo a ser lastimados.
Ya sea porque hemos dado mucho de nosotros y en consecuencia, nos han lastimado, podemos y tenemos la potestad para decidir que demostrar y que guardar en nuestro corazón. Así, lo que no se demuestra, no necesariamente NO se siente. Que no veamos, escuchemos o sintamos algo, no significa que no existe.
Puedes tener el deseo de escribir todo un testamento y, aún así, no mandar ni un mensaje. Podemos extrañar con las entrañas a alguien, podemos sentir un enorme anhelo por besarle y podemos querer bajarle todas las constelaciones, y aún así, no decir nada. Del mismo modo, podemos besar, hacer el amor, traer flores, detalles, poemas y canciones, podemos demostrar que alguien parece ser la única persona que queremos en nuestra vida… Y, aún así, no sentir nada.
Lo que quiero decirte es que, no siempre las palabras y acciones van de la mano con las emociones, y no siempre las emociones van de la mano con las acciones y palabras. A veces sentimos tanto y decimos tan poco, que la gente alrededor cree que sencillamente no sentimos nada.
No digo que sea bueno o malo, digo que, a veces, hay que quedarse un poco más para saber qué es lo que la otra persona realmente siente, porque solo el tiempo nos puede dar una respuesta clara de lo que habita en el corazón de la persona que nos demuestra cariño o que nos ignora.