¿Alguna vez has sentido esa sensación de desear que alguien nunca se de ti? ¿Alguna vez has deseado intensamente que se mantenga ahí, cerquita de ti, y con ganas de querer comerlo a besos cuando te habla y te mira a los ojos? Lo malo de sentirte de ese modo, lo terrible y doloroso, es que te pase con alguien que sabes que jamás podrá ser tuyo.
Sí, es cierto, realmente nadie es propiedad de nadie, pero más allá de tomarse esto de una manera literal, existe la posibilidad de imaginar que, cuando dos personas se aman de verdad, se entregan en su totalidad para que cada uno sea el dueño de las emociones del otro.
Por eso y mucho más, me da tanto miedo perderte, aunque no seas mío. Porque a pesar de que tú me tienes a tus pies sin saberlo, yo no he podido ganarme ni un poquito de tu amor, ese que le ofreces en besos y caricias a la persona que sí amas.
Y me lo digo a cada rato: “Ten un poco de amor propio, y quiérete por sobre los demás”, y les juro, lo intento con todo mi corazón. Hago lo posible e imposible por aceptar que no todo lo que tanto deseo será mío y que lo único que ninguna persona podrá quitarme, aunque me digan que no miles de veces, será mi dignidad y el respeto que me tengo… Pero, ¿Sabes lo difícil que es recordar quién eres cuando alguien, con su sola presencia te provoca los más intensos escalofríos, te eriza la piel y te hierve la sangre?
Es probable que yo no haya aprendido a amar de verdad todavía ¿sabes? Pero bajo ningún concepto quiero perderle, y justo por eso jamás me he atrevido a romper nuestra amistad con un “me gustas”, con un beso sorpresa, con un “Eres la razón de mis peores temores y mi mayor fuente de felicidad”.
A veces, por más duro que pueda ser, debemos aprender a callar lo que sentimos y amar en completo silencio.