Uno de los libros más famosos en los últimos años en Japón junta las conversaciones entre un joven insatisfecho y un filósofo que le enseña, entre otros aspectos, la habilidad de no agradar a las demás personas.
El docente es Ichiro Kishimi, experto en filosofía occidental y traductor de Alfred Adler, uno de los tres grandes de la psicología junto a Freud y Jung. Y es justamente el pensamiento de Adler lo que articula la conversación con el joven Fumitake Koga sobre cómo emanciparse de la crítica ajena sin sentirse por eso un marginado.
El dialogo socrático que establecen a lo largo de las más de 260 páginas parte de este pensamiento central: todos los problemas tienen que ver con las relaciones interpersonales. En palabras del propio Adler, “si uno quiere liberarse de sus problemas, lo único que puede hacer es vivir solo en el universo”. Dado que eso es difícil, al relacionarnos con otras personas sufrimos por alguno de estos motivos:
- Percibimos un complejo de inferioridad respecto a aquellas personas que han “conseguido más” que nosotros mismos.
- Nos sentimos injustamente tratados por seres humanos a las que amamos o ayudamos y no nos retribuyen como esperamos.
- Tratamos agobiadamente complacer a los otros para recibir su aprobación.
Este último aspecto se ha vuelto una total y gran adicción generalizada. Podemos obsérvalo detalladamente en las redes sociales, donde subimos una publicaciones esperando obtener la aprobación de las demás personas en forma de likes y comentarios. Cuando una foto o una reflexión fundamental para nosotros tienen muy poco feedback, podemos terminar sintiéndonos ignorados. También en las relaciones analógicas, múltiples problemas interpersonales tienen el mismo desarrollo: no poseemos del otro lo que pensamos merecer.
Si la otra persona me da las gracias, si reconoce mi trabajo, si corresponde a mi favor con una acción de amabilidad, entonces me sentiré totalmente reconocido. Si eso no pasa, lo tomare como si yo no hubiera hecho nada, como si no existiera para el otro sujeto.
Este panorama es un increíble y poderoso creador de muchos problemas, ya que las relaciones nunca son completamente simétricas. Existe individuos que gozan otorgando y otras que transmiten la impresión, aunque no sea verdad, de que no desean recibir nada. Eso ocasiona muchos malentendidos, agregando al hecho de que cada sujeto posee una manera diferente de transmitir su amor y gratitud.
Todas las alternativas son adecuadas, siempre que nos libremos de la ansiedad de encontrar una compensación inmediata y equitativa, como en un comercio en el que hay que cobrar de manera ya lo que se entrega.
Ya que, más allá de las distintas formas de transmitir afecto, nos hallaremos a seres humanos que directamente no nos comprenden o incluso no nos aprecian. La libertad real incluye que no nos interese caer mal a algunos individuos ya que estadísticamente es un hecho que no podemos gustar a todas las personas. Dejar de preocuparnos por lo que los otros piensen de uno, esencialmente los que no nos comprenden, es el sendero hacia la serenidad.

“Cuando deseamos tan intensamente que nos reconozcan, vivimos para satisfacer las expectativas de otros”, menciona Ichiro Kishimi, con lo cual ya no somos totalmente libres. Dejar de exigir contrapartidas y dejarnos vivir a nuestro modo, brindándonos incluso el derecho de caer mal, nos procurará libertad, tranquilidad mental y, al final, mejores relaciones con los otros.
No lo agarres tan personal
En Los 4 acuerdos, el famoso ensayo publicado en 1998 por Miguel Ruiz, la segunda ley menciona: “No te tomes nada personalmente”. El médico mexicano establece que para mantener el balance emocional y mental no hay que entregar importancia a lo que ocurre a nuestro alrededor, ya que “cuando te tomas las cosas personalmente, te sientes ofendido y reaccionas defendiendo tus creencias y creando conflictos. Haces una montaña de un grano de arena”.
Las personas que van por ahí tomándoselo todo personalmente observan enemigos por todos lados y nunca pueden estar realmente serenos, ya que siempre tienen algo pendiente que circulan por su mente, ocasionándoles sufrimiento.
Según Miguel Ruiz, nada de lo que realicen o argumenten otras personas debería provocarnos daño si se asume el siguiente axioma: “Nunca eres responsable de los actos de los demás; solo eres responsable de ti mismo”.