Odiar no es un sentimiento común. De hecho, pocos logran sentirlo a lo largo de su vida. La mayoría suele confundirlo con rencor o una rabia pasajera. El odio trasciende y va más allá.
Lo más característico de esta emoción, es que es todo lo opuesto al amor. Odiar a alguien, hace que deseemos que esa persona realmente pase por un terrible momento e incluso, preferimos que no esté con vida.
Suena suerte, pero es que el odio, el verdadero odio, es aquel que nos hace ir del simple desagrado, al deseo más vil y mundano.
Algo peligroso de este sentimiento, es que es tan grande que nos puede impulsar a actuar solo en pro del daño que podemos hacerle a la otra persona.
El odio es algo tan grande, que puede hacernos olvidar de quienes somos con tal de ver a la persona odiada, hundida.
Pero ¿De dónde surge este sentimiento tan enorme?
La mayoría de las veces, el odio surge después de que hubo un gran amor. El odio necesita un impulso y el amor es lo suficientemente fuerte como para darlo a cualquier persona.
Cuando amamos intensamente a alguien, y ese alguien destruye nuestra vida, el odio tiene un gran potencial de surgir.
No hablo de un engaño corriente, una mentira o algo típico que hace que las parejas terminen y sigan cada quien con su vida.
Hablo, literalmente, de algo que rompa el corazón y destruya la vida de la persona que ama.
Dependiendo del carácter e inteligencia emocional del afectado, el odio puede surgir de una manera más, o menos, difícil.
Las consecuencias de odiar.
Odiar no solo puede tener consecuencias terribles para el que lo recibe, sino también para quien es dueño del sentimiento.
Se ha demostrado que las personas que sienten odio, suelen sufrir mayor cantidad de enfermedades en el hígado y los riñones, así como padecer de ataques de estrés y ansiedad.
Por ello, antes de llenarte de este sentimiento, piensa muy bien si vale tu tiempo.
Recuerda, quizá, a la única persona que le hagas daño, sea a ti misma.