La RAE define al prejuicio como el mal juicio anticipado ante ciertas escenarios, personas u objetos.
Es decir, cuando hablas mal de un libro solo por su portada, estás siendo prejuicioso.
Cuando hablas mal de una persona sin conocerla, estás siendo prejuiciosa.
Cuando dices que esa comida sabe mal solo por su olor, estás siendo prejuiciosa.
Pero atento, el prejuicio siempre debe ser un “mal juicio” de algo que se desconoce para ser considerado como tal.
Juzgar anticipadamente es uno de los mayores errores, y, de hecho, las personas que lo hacen suelen estar tan aburridas dentro de sus vidas que pasan más tiempo buscando defectos ajenos para criticar, que buscando algo que hacer con su propio tiempo.
Los prejuicios no solo nos hacen quedar mal, sino que, si se hace sobre alguien emocionalmente sensible, podemos hacer daño, más del que creemos.
Por ejemplo: Si juzgamos a una persona por ser “amargada”, pues nunca le vemos riendo, nos arriesgamos a herir esa sensibilidad de la cual creemos que carece.
Quizá, y solo quizá, esa persona haya pasado por malas cosas y ya no le nazca sonreír.
Quizá el día de ayer le fue mal en el trabajo.
Quizá ha perdido a un ser querido.
Quizá y solo quizá, tú le desagradas y por eso no sonríe contigo.
Pero ¿Cómo saberlo? Es importante no hacer prejuicios pues, al hacerlo, perdemos la oportunidad de conocer algo que probablemente sea más maravilloso de lo que alguna vez pudimos creer posible.
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