No hay más vidas, amor mío.
Hay más amores, más cantares, más euforia, más dolores, más decepciones… pero no más vidas.
Y no es posible encontrar nada de esto si lo haces viendo desde tu guarida de insegura, desde la ventana de tu habitación.
No tendrás nada de esto si cada noche finges que no te quieres comer al mundo de un mordisco, o agarrarlo todo de un zarpazo.
No me mal entiendas, está bien querer hacerlo, pero la fortuna no se mide en cuánto tienes sino cuánto te dura.
No dejes que tu adolescencia te dure una noche de copas.
No dejes que la madrugada se acabe porque el reloj marca las dos, ni tampoco quieras alargarla, que en ningún lugar del mundo la noche dura para siempre, ni la cena perfecta, ni el amor, ni un abrazo o un beso, ni el odio.
Lo hemos podido comprobar con tu padre, con mi abuelo, con el perro que fue arrollado por un trailer y que lleva varios días deshecho en la carretera, con las pasiones, los sueños, las rosas y las razones, todo se va poco a poco yendo al olvido, al corazón de Dios.
Y quisiera darte una pequeña pista sobre el qué te esperará mañana, y decirte qué debes hacer para no morir al salirte de casa, pero me es imposible. Todo lo que puedo hacer es decirte lo mal que yo he hecho las cosas para que no tropieces con la misma piedra con la que yo tropecé.
Quisiera decirte cómo hacer las cosas bien, pero vale más contarte cómo las he hecho mal.
El tiempo es lo más valioso que posees, no se lo regales a cualquiera, ni lo inviertas en lo que no te gusta, pero tampoco lo ahorres, simplemente gástalo en lo que te apasione, que siempre es tarde y nunca es temprano.
No hay más vidas amor mío, solo una vela que se consume poco a poco, un caminante que se cansa paso paso, solo hay muerte al final de todo.
Porque la vela, el caminante, tú y yo, vamos hacia allá sin importar el camino que escojamos ni cuantas precauciones tomemos.
No hay otras vidas, amor mío, solo muerte y eso es bello y es justo. Ni siquiera la vida dura para siempre.
Pero esto tú ya lo sabías ¿cierto?