Si estamos solas nos sentimos como si nos faltase alguien o algo para completarnos. Y es que es agradable pensar que estamos predestinados a encontrarnos con nuestra media naranja para hacer la fruta completa, y olvidamos que se trata fundamentalmente de un mito…
Esa mitad que anhelamos la idealizamos como alguien que es distinto a todos los demás seres, que puede entendernos y amarnos como nadie, que sin dejar de ser él mismo se fusione con nosotras…
Andamos entonces en la búsqueda y espera de nuestra alma gemela, cuyo destino es estar con nosotras. Y cuando ponemos los pies en la tierra y entendemos que nada de eso es real y que nos lleva a idealizar para luego golpearnos con la realidad.
Esta creencia puede llegar a ser bastante egoísta, e implicar exigencias irreales y excesivas hacia nuestra pareja. Evidentemente, él no cumplirá con esas demandas y nosotras quedaremos decepcionadas incluso del destino, y podríamos pensar que nos equivocamos de chico.
Añadido a esto, pensar que él te va a entender siempre a la perfección hagas lo que hagas y que el amor que siente por ti no va a cambiar porque está predestinado te hunde en el descuido. Es decir: ¿para qué cultivar el amor si pase lo que pase estará allí para mí?
Es así que la otra cara de la moneda es la de las relaciones reales, esas que luchan día a día por mantenerse porque saben que el amor es algo que se construye a diario de manera equitativa. Son las que convierten lo ordinario en extraordinario, lo bonito en sublime y lo malo en aprendizaje.
Esperar a que alguien venga a sacarnos del foso en el que estamos sin que nosotras hagamos esfuerzo alguno es dejar en manos de otro la responsabilidad que tenemos nosotros de completarnos. En la medida en que entendamos esto, podremos valorarnos adecuadamente y por extensión a quienes nos rodean.
¿Estás dispuesta a asumir el reto?