Tan grande que es la diferencia y tan difícil que es aceptarla. Parece que los corazones se vuelven cada vez más pequeños e inconformes, o necios y ciegos por elección. Es un dilema que debemos enfrentar en casi todos los aspectos de nuestra vida, incluso más allá del tema de las relaciones. Afortunadamente, o, para algunos, por desgracia, muchas de las interrogantes que tenemos se logran responder al final, cuando las cosas ocurren, cuando vemos a quien amamos partir tras una estrella fugaz.
Es como si crecieran con un arraigo natural por lo que dure menos tiempo, por lo que maraville, pero no sea capaz de llenarlos. Es como si les enseñaran a no valorar lo que tienen al lado hasta que lo dejan atrás.
La gente prefiere bajarle el volumen a los latidos del corazón, acallar esa parte de la conciencia que nos advierte de lo que está bien, y lo que está mal. Ese lugar que tiende a empujarnos a escoger aquello que nos conviene, más allá del banal y superfluo deseo.
¿Por qué lo hacen? ¿Qué ganan con ir tras algo de solo un segundo y a lo mucho, unas cuantas horas? Estás parado en la Luna y la primera estrella fugaz que pasa por al frente, te maravilla con ese brillo que se extingue tan rápido como viaja. Y ahí vas, de pendejo a lanzarte al vacío porque no soportaste la curiosidad y el deseo de saber, qué era eso que emitía tanta luz.
Te fuiste dejando la huella en la Luna, ignorando que, una vez que hayas saltado, no habrá forma de volver a poner tus pies sobre ella. Ahora vas vagando en el espacio, en búsqueda de otra Luna en la cual aterrizar, porque las estrellas fugaces que ves pasar, no se detienen por ti.