Los antiguos griegos creían que la perfección humana era posible alcanzarse a través del equilibrio de la salud mental, emocional y corporal. Decían que cuando una persona llega a ese estado de plenitud, había alcanzado el “areté”, término utilizado para definir a la excelencia humana.
Por otra parte, ellos no creían en la búsqueda directa de la perfección, sino en el fortalecimiento de estos tres aspectos para lograr ser felices y, al mismo tiempo, por medio de dicha felicidad, el hombre se podía llegar a la excelencia.
El error está en creer que la búsqueda de la perfección, se basa en el no cometer errores, ser perfectamente atractivos y saberlo todo. Esta perfección, no existe, y, por ende, lo más cercano a ello, es la excelencia o el areté.
Pero la excelencia no es excluyente de la felicidad. Una, alimenta a la otra, porque un hombre sin excelencia humana, no puede ser feliz, y un hombre sin felicidad, carece de excelencia porque no posee una salud emocional óptima.
Si nos concentramos en la búsqueda de algo que sí existe, entonces podremos alcanzarlo. Es lógica básica. Hagamos un ejercicio mental breve para terminar.
Piensa en un “Aligemerto”. ¿Listo?
¿Qué se te pasó por la mente? Nada, ¿Verdad?
Esto es porque un aligemerto, no es algo real, no existe nada llamado así. No podemos recrear en la mente algo que no tiene forma o concepto. Así funciona la perfección, aunque de manera irónica, si posee un concepto, sin embargo, este se basa en una fantasía, algo que es irreal.
La felicidad, por su parte, si existe y es muy, pero muy real. Tan real que es el principio básico de existencia de todo ser humano, incluso, más que el propio amor, porque el amor, es solo uno de los medios que existen para alcanzar la felicidad.