Negociaste mi cariño, y por eso, no mereces ni una partícula de mi dignidad. Aprendí desde joven a guardar el corazón, porque comprendí, que, de él, emana la vida, emanan mis emociones y mis más fuertes impulsos.
Aprendí que es el corazón, el núcleo central de nuestra salud espiritual. Si no velamos por él, nadie lo hará. Si no ponemos a nuestro miocardio en una caja fuerte, cualquier idiota viene, lo roba y lo vende al mejor postor. Porque sí, el corazón tiene un precio medido en virtudes y defectos.
Aprendí a no necesitar de nadie. Aprendí a que yo soy la única persona responsable de lo que sienta o deje de sentir. Así que, si creíste que iba a suplicar por tu amor, te equivocaste. Si creíste que yo necesité de ti, te pido que me veas de nuevo, y comprendas que no soy un maldito aeropuerto. Mi vida no dependerá de si llegas o te vas.
¿Entiendes? Alguien que te hace daño, no merece ni un milisegundo de tu tiempo. Alguien que te lastima, simplemente no debería existir en tu lista de cosas por atender. No se trata de ser de piedra o hielo, se trata de ser consciente del valor que tiene nuestro corazón, nuestras emociones y el amor que damos. Al final, siempre aceptamos el amor que creemos merecer, es lo justo, es lo correcto, siempre y cuando, de verdad la otra persona merezca tu amor.