Hoy es uno de esos terribles días en los que he tenido que hacer horas extra en la oficina. Llegué hace poco a casa y me encuentro, agotada, con la misma escena de siempre: la soledad adornada por un par de cortinas floreadas y un reloj cu-cú que me regaló mi abuela materna.
Por más que cambie los objetos de posición, no logro variar el paisaje. Me dispongo a comer algo antes de cerrar mis ojos sólo para que el tiempo pase rápido y llegue nuevamente mi momento de volver al trabajo, pero me cuesta comer un solo bocado.
Al momento de acostarme, doy vueltas para acá y para allá, pensando en miles de cosas, esas cosas que pudiera estar haciendo en ese momento en vez de estar en la cama. En una de esas vueltas miro hacia la repisa y me quedo mirando fijamente la foto que allí reposa: es una vieja foto de mis amigas de la universidad, en una de esas espectaculares salidas que solíamos tener juntas. Recorrimos casi todo el país, disfrutando cada uno de sus paisajes y sus comidas, su gente y sus tradiciones…
Por un momento siento el chispazo de una sonrisa que está por dibujarse en mi rostro, aunque se apaga rápidamente cuando vuelven los pensamientos. Recuerdo una vez más lo sola que me siento y cómo me gustaría que las cosas fuesen diferentes. Cómo me gustaría poder, cada noche justo antes de dormir, sentir el más sinceros de los abrazos…
Sólo uno, sí, con eso bastará. Uno de esos que no miden el tiempo ni las circunstancias que nos rodean. Uno de esos que te quitan el aliento pero no la fuerza, aunque se lea contradictorio.
Ese abrazo que te acurruca cuando llegas cansado de tanto trabajar, que relaja tus músculos y entibia tu alma angustiada. Sentir un par de brazos que te rodean de manera firme pero delicada, y que alejan el frío de la melancolía.
Hoy necesito un abrazo que me diga que todo estará bien a pesar de lo que hoy vivo, que me diga, sin palabras, “aquí estoy y nunca me marcharé”. Un abrazo tuyo, de esos que me dabas a cada momento, pues lo que me mantiene en movimiento es pensar en que algún día volveré a verte y podré fundirme una vez más entre tus brazos, llenando mi pecho de la eterna compañía de la que hoy carezco…