A lo largo de nuestra vida, evolucionamos, nos adaptamos y mutamos en formas que a veces, ni siquiera comprendemos. Cada versión de nosotros, busca encajar en las circunstancias que rodea nuestra vida. Los cambios más grandes, surgen cuando atravesamos los peores momentos y, también, cuando nos enamoramos.
Amar, transforma al ser humano y lo impulsa a querer ser mejor cada día. Por otra parte, no podemos confundir al enamoramiento con el amor. Estar enamorado, hace que las virtudes del otro sean resaltadas y superpuesta sobre cualquier cosa, idealizando así, a nuestras posibles futuras parejas. Es cuando ese enamoramiento inicial culmina, que debemos preguntarnos, ¿Estamos listos para amar?
Es importantísimo preguntarse eso, porque al acabarse la magia del enamoramiento, empezamos a reconocer que esa persona a la que idealizamos, posee defectos, malos hábitos y cosas que no habíamos conocido antes porque quizá, el enamoramiento era muy fuerte como para dejárnoslo notar.
Es ahí, cuando se pone a prueba el amor. Solo quien conoce tus mayores defectos y aun así, decide estar a tu lado, es quien realmente te ama. Solo quien te aprecia a pesar de conocer tu peor versión, es quien, de verdad, quiere estar contigo por siempre. A esas personas, no hay que dejarles ir, porque conseguir a alguien que se enamore de ti, es fácil, pero conseguir a alguien que te acepte tus malos hábitos, malcriadeces, malas decisiones, en fin, todos tus defectos… Conseguir a alguien que acepte todo ello, no es fácil.
Y no es porque seamos malas personas o porque nuestros defectos sean lo peor del mundo, sino porque, amar, es compartir la vida, es dar un pedazo de sí a otra persona, y cuando se trata de entregarse, debemos estar seguro de que, incluso los defectos del otro, pueden llegar a tener un cierto nivel de encanto.