Es de esperar que con el transcurrir de los años conozcamos de distintas maneras a muchísimas personas, pero sólo un puñado de ellas dejará huella imborrable en nuestra memoria.
A medida que vamos conociendo a algunos, otros se van despidiendo a otras latitudes o a otros planos existenciales, y así de manera infinita. Es así que nos encontramos en un torbellino constante de emociones que van desde la más grande de las alegrías hasta la más profunda de las tristezas…
Intentamos entender por qué nos ocurre, y es que simplemente así es la dinámica de la vida. No estaremos aquí para siempre, aunque a veces lo olvidemos y vivamos en función de lo contrario, así que lo ideal es apreciar cada momento tal cual es, sea desagradable o no.
Dentro de todas esas personas especiales que en algún momento se cruzan en nuestro camino, solemos tener en mente y en corazón una en especial, esa con la que vivimos momentos que atesoramos más que todas nuestras riquezas y que en definitiva marcaron un antes y un después.
Ese es nuestro amor verdadero, aquel chico al que entregamos todo lo que somos, así fuese poco, y que nos hizo vivir los mejores momentos. Sin embargo, y pienso a veces que la vida es muy injusta, tuvimos que decirnos adiós, y por supuesto eso nos hunde a ambos hasta lo más profundo del abismo emocional.
Es así que a pesar de que vengan otros amores a colmarnos de sus mieles, aquel que tuvimos que dejar atrás siempre estará presente de una u otra manera y hasta en las pequeñas cosas, y lo añoraremos fielmente, soñando con que algún día regrese a nuestras vidas…