Mi cuerpo no conoce el bisturí, mi estatura y mi peso no me definen, mi vida no gira en torno a las calorías que consumo, no dependo de mi índice de masa corporal para ser feliz y tengo una capacidad inmensa para amar y abrazar a la gente que quiero.
No, mi cuerpo no es de revista. Ni yo tampoco. Pero es que las personas de revista no existen, la mayoría de las curvas que vemos son fruto de los retoques y mi personalidad nunca dependió de lo que los demás pensaran de mí.
Este cuerpo es el mío, uno en el que las estrías empiezan a asomarse sin hacerme estremecer, en el que los kilos de más o de menos no condicionan mi crecimiento personal, por el que no vivo esclava de la falta o del exceso de curvas.
Me gusta cuidarme pero también puedo comerme una pizza o un pastel sin ningún tipo de remordimiento. Eso es precisamente lo que me permite no odiar mi reflejo y sentirme orgullosa de cada centímetro de mi piel. Me considero perfectamente imperfecta, fruto de las experiencias de mi vida y de mi bienestar.
Tu bienestar se ve comprometido cuando huyes de mirarte, de explorarte y de reconocerte en tu propio cuerpo, en tu figura de mujer. No eres lo que una crema anticelulítica hace sobre ti, eres tú amando y conociendo cada rincón de tu cuerpo, comprendiendo la razón por la que ahí hay celulitis o tus ovarios están dándote guerra.
No estamos a salvo con nosotras mismas si cada vez que nos miramos al espejo nos regañamos por la grasa de los muslos, por la celulitis o por nuestras arrugas. Tenemos que crear un espacio interno seguro para nuestro cuerpo, en vez de castigarlo y humillarlo.
Somos mucho más de lo que creemos que somos. Nuestro interior encierra en sí mismo mucho más de lo que nuestro intelecto puede llegar a comprender.