Se dice que nada está destinado a permanecer igual para siempre, especialmente las personas. Con el transcurrir del tiempo vamos cambiando algunas cosas, como actitudes, manías, gustos, etc., simplemente somos la misma persona, pero, con diferentes rasgos, y esto puede ser para mejor o quizás todo lo contrario.
Pero si estos cambios surgen en simultaneo dentro de una relación que perdure en el tiempo, se podría decir que en algún momento estaremos con una persona distinta a la que conocimos en un principio. Sin embargo, las relaciones que perduran en el tiempo y continúan siendo satisfactoria para aquellos que la componen, estos deben adaptarse a los cambios de cada uno de ellos.
Es muy ingenuo tener el ideal o pensamiento de que las parejas pueden funcionar del mismo modo para siempre, que sigan en la misma etapa del enamoramiento y la conquista en la cual se comenzó. Pues como todo, cada etapa va cambiando, surgen nuevos acontecimientos, pormenores, y las prioridades cambian cuando llegan los hijos y la familia comienza a crecer.
Como se sabe, cada pareja es única, diferentes del resto, pero, a pesar de las distintas situaciones por las que atraviesen cada pareja, como: las que no tienen hijos, las que siguen una trayectoria menos tradicional, las que no conviven, las de diferencias de edad considerable, las de larga distancia que viven en extremos opuestos del planeta y la mayoría de las comparten a través de un ordenador.
Todas estas situaciones, y aun así las modificaciones internas de uno y otro demandarán que la pareja se ajuste a ello. Si la pareja no se adapta, se volverá tóxica, ya que, si el amor no ha cambiado en nada, al final puede significar un problema.
Tal vez ese sea un signo de las parejas disfuncionales: que son siempre iguales. Siempre idénticas a sí mismas: se repiten las mismas conversaciones y las eternas discusiones una y otra vez, casi textuales.
Los cambios siempre y cuando sean positivos son buenos, y debemos estar dispuestos a aceptarlos. Muchas veces, cuando percibimos cualquier tendencia hacia un nuevo modo, lo interpretamos como una amenaza o un desamor, pero, eso no significa necesariamente un empeoramiento, tan solo un cambio.
Estos cambios implican que, eventualmente, perderemos aquella pareja que tuvimos y que nos gustaba tanto. Es duro. El hecho de que la nueva pareja que habremos de conformar pueda ser “mejor” o “más satisfactoria” que la anterior no borra el dolor de la pérdida.
No obstante, si queremos una relación que haga lugar a nuestro crecimiento, tendremos que estar dispuestos a pasar por el dolor de perder un poco lo que fue.
Para ello, no sirve con dejar el cambio a su libre evolución; es necesario canalizarlo para conducirlo hacia un modo de vínculo que nos resulte tanto gratificante como enriquecedor.