A veces tenemos la dicha de conocer personas que, por arte de magia, nos hacen erizar la piel y acelerar los latidos del corazón.
No es una fantasía. El cuerpo humano se expresa de muchas formas y, la excitación, no solo carnal, es una de esas formas.
A algunas nos excitan las barbas. A otras las manos.
A otras les emociona unos lindos ojos o una profunda mirada bajo cejas pobladas.
Muchas prefieren una voz ronca y ¿Por qué no? Un pecho con mucho vello y una pancita, porque algunas prefieren la grasita abrigadora en vez del abdomen tonificado.
Pero, en mi caso, yo prefiero el “no sé qué” que trae el carisma tras una linda conversación.
Sé que es algo complejo, pero te lo explico con el hombre que me hizo suya, sin ponerme un dedo encima.
Desde un simple “buenos días”, hasta un “quiero verte de nuevo”, pudo hacerse con mi ser, invadir mi privacidad y correr a los viejos fantasmas del pasado que habitaban en mí.
Pero, no soy tan fácil como parece. Es que, algunas cosas, no se tratan de qué, sino del cómo y también del quién.
Hay maneras de decir las cosas, y él, tenía una manera particular de hacerlo.
No era cómo me recibía en sus citas, era como me veía de arriba a bajo y parecía querer desnudarme con su mirada.
No era cómo me preguntaba sobre mi día, era como parecía verse realmente interesado en cada una de las tonterías que yo le contaba.
No era cómo se despedía, era como suspiraba al decirme que me gustó verme y que quería que esos días volvieran a repetirse.
Y así, de a poco, con cada pequeño detalle, fue enamorándome, haciéndome suya, permitiéndome sentirme querida una vez más y, por supuesto, haciéndome sentir que, algunas personas, si pueden llegar a tocarnos el alma, sin tan siquiera, tocarnos la piel.