Cuando un sentimiento tan importante como la confianza se quiebra, algo fallece en nuestro interior. Resulta verdaderamente triste que buenas relaciones y amistades se destruyan por culpa de algo que se podría haber evitado.
De hecho, cuando caemos en la cuenta o desvelamos un engaño, generalmente pensamos que por muy dura que pudiese ser la realidad, hubiésemos podido soportarla mucho mejor que la traición a nuestra confianza. Y esto es, generalmente, algo muy cierto.
La mentira siempre provoca más dolor que la verdad si esta es descubierta. Además, no debemos olvidar de que el hecho de que la verdad salga a la luz es algo muy probable pues, como bien sabemos, la mentira tiene las patas muy cortas.
De todas maneras, cabe añadir aquí que no podemos exigir sinceridad y luego ofendernos al oír las verdades siempre y cuando se digan con respeto. Esto es importante porque muchas veces se tacha a la gente sincera de “mala”, menospreciando así los actos de buena fe.
O sea que como siempre debemos de intentar mirar tanto el engaño y la mentira como la sinceridad desde diferentes prismas, pues a veces es tan duro decir lo que se piensa como lo contrario.
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La sinceridad es la base de toda confianza
Todos tenemos la creencia explícita e implícita de que la calidad de una persona depende de su capacidad para ser sincero y para mostrarse con claridad ante el mundo y ante las personas que le rodean.
De hecho, presuponemos del mismo modo que la base de todo cariño sincero es precisamente la aceptación total y absoluta, sin “peros”, sin condiciones y sin excusas. Es decir, que en principio entendemos que no tenemos que mentir ni ocultar nada a quienes queremos y quienes nos quieren.
Pero quizás cuanto más cariño hay de por medio, más expectativas existen. El simple hecho de creer que vamos a defraudar las esperanzas que los demás depositan en nosotros nos hace en ocasiones cometer el error de creer que pequeñas mentiras pueden estar justificadas.
Sin embargo, como venimos diciendo, esto no es así. Por mucho que nos cueste entenderlo debemos pararnos a pensar en cómo defraudamos más, si no sincerándonos o haciéndolo a pesar de comprometer momentáneamente el ideal que los demás mantienen de nosotros.
Todos cometemos errores y podemos pensar que aquello que se pretende ocultar es un error más. Es nuestra responsabilidad contemplar todas las posibilidades y ser tolerantes con los demás del mismo modo que quisiéramos que lo fuesen con nosotros.
Partiendo de esta base nos tocará valorar si somos capaces de perdonar o no y cómo podemos atajar la situación. Asimismo, no olvidemos que el hecho de que exista el perdón no debe constituir una justificación para que los demás nos dañen.
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Al fin y al cabo, son las relaciones de cariño sincero las que resultan capaces de soportar cualquier verdad y la realidad que las acompaña. Sin embargo, las mentiras destruyen y devastan la confianza, algo que por su parte cuesta cientos de experiencias construir y un segundo quebrarla.
Así que debemos poner cuidado en este punto, el cual es si cabe el más importante o al menos uno de los más importantes de nuestras relaciones y de los intercambios positivos. No olvidemos que la mentira, por muy dura que sea, es una buenísima oportunidad para crecer y elegir mejor a quienes nos rodean.
Fuente: La mente es maravillosa