Me encanta esa gente que es reversible, hermosa por dentro y por fuera sin ataduras, sin patrones sociales que determinan el valor de la belleza y lo encajan en una especie de marco como si se tratase de un concepto sin relatividad.
Bien dicen que la belleza se ve a través de los ojos de quien la mira, pero qué hay de aquella belleza que no se percibe por los ojos, sino que se observa por medio del corazón, del espíritu, el alma, esa belleza que no es carne, que no es hueso, que no es sudor, no es pelo, esa belleza que es aire, carisma, risa, amabilidad, cariño.
Por eso no temo decirte que aquellos que ven la belleza solamente por los ojos, están tuertos en el pecho, ahí en ese cajón donde yace algo llamado corazón.
Es hora de que comencemos a ver las dos caras de la moneda, incluso, prestar atención al borde de esta, porque entre la carne y el alma también se esconden cosas que sólo las personas enamoradas logran entregar a los demás.
No podemos juntarnos con personas ciegas del alma, vacíos y carentes de profundidad y faltos de agudeza en la vista, porque tan básico como su concepto de belleza, será su juicio acerca de nosotros, del qué somos, y así de básico será el supuesto cariño que entregarán a los demás.
Quién sólo ve la piel, está carente de emociones. Ver el reverso de las personas nos ayuda a enamorarnos de un ser humano, no de un saco de huesos que envejece, se arruga, desaparece y queda en el olvido.
Es la belleza o, incluso, la fealdad del alma de las personas, lo que prevalece en el tiempo. Es esa esencia por lo cual alguien se le considera que está viviendo eternamente, olvida esos aspectos y esa persona habrá muerto para siempre.
Por eso, me encanta cuando consigo a alguien que es hermoso por ambos lados, porque me recuerda que detrás de todo el mundo, hay costuras, hilos que entrelazan las emociones entre los seres humanos. Echar un vistazo al interior de las personas y ver cómo están compuestas estas costuras, nos darán una idea de qué tan hermoso es alguien en realidad.